miércoles, 27 de abril de 2016

LINA AVELLANEDA presenta “Maestras” en Bahía Blanca

El próximo sábado 07 de mayo desde las 21.30 hs en una nueva cita del Ciclo mensual de Tango “Remembranzas” de Dandy Producciones se presentará la reconocida cantante nacional Lina Avellaneda junto a las guitarras de Eduardo Lucente y Ricardo Blanco.
Lina llegará a la ciudad por segunda vez en la historia de este ciclo cultural para dar cátedra de buen gusto y extensa trayectoria sobre los escenarios del mundo presentando su renovado espectáculo “Maestras... y otros clásicos”. Se trata de un show homenaje a Nelly Omar y a Mercedes Sosa. El repertorio incluye “La flor azul”, “Zambita de los humildes”, “Y dicen que no te quiero”, “Parece mentira”, “Después”, “Manoblanca”, “Jacinto Chiclana”, “Muchacho”, “Para Cándido Portinari”, “Si llega a ser tucumana” y “Arana”. Además, Lina interpretará clásicos de su repertorio como “Silueta porteña” que da nombre a uno de los discos más festejados.

Rosanna Falasca, la bella niña del tango

El destino fue injusto con Rosanna Falasca. Le otorgó todo y todo se lo retiró muy rápido. Había empezado a cantar en los escenarios de su pago natal y de los pueblos y ciudades de los alrededores a los diez años acompañada por su hermano. Antes de cumplir diecisiete años se le habían abierto las puertas de Buenos Aires. Era una hermosa piba veinteañera y ya había grabado y participado en algunas películas. Todo estaba a su favor. Tenía talento, belleza y un corazón generoso. Para principios de los años ochenta se perfilaba como una de las grandes revelaciones femeninas del tango. Sus presentaciones en la “Botica del ángel” de Bergara Leumann eran un éxito, como lo había sido su presencia estelar en el programa “Grandes valores del tango”, entonces conducido por Juan Carlos Thorry y luego por Silvio Soldán. Sus giras por Latinoamérica probaron que era algo más que un fenómeno local o pasajero. En Estados Unidos le ofrecieron un contrato digno de una estrella, contrato que rechazó porque consideraba que su lugar era la Argentina. Y cuando todo parecía transitar por el mejor de los mundos, cuando el futuro se le abría ancho y hospitalario, el cáncer le tendió una celada y murió cuando aún no había cumplido treinta años.
Rosanna Inés Falasca, conocida en su casa como Chany, fue la tercera hija del matrimonio integrado por Ado Falasca y Filomena Paula Theler. Los Falasca son una familia arraigada en la localidad santafesina de Humboldt. Hace unos años, indagando sobre el origen del chamamé “Merceditas”, entrevisté a Mercedes Strickler, la musa inspiradora del tema y me dijo que a Sixto Ramón Ríos lo conoció un sábado a la noche de 1939 durante un baile que se realizaba en el salón del almacén de Falasca, seguramente el padre o el abuelo de Rosanna. Me pareció una coincidencia sugestiva.
Fue con motivo de esa entrevista en Humboldt, que me dijeron que hacía unos meses habían trasladado los restos de Chany desde la Chacarita al cementerio del pueblo. También fue en esa ocasión que me pusieron al tanto sobre la familia Falasca y su pasión por la música. Se dice que Rosanna empezó a cantar desde muy niña y que el “ojo clínico” de su padre pronto advirtió el talento de su hija. Las primeras actuaciones las hizo con su hermano, con quien constituyeron el dúo “Adito y Chany”. Se dice que el debut se produjo en Estación Clucellas. Pronto llegaron otras invitaciones. Los chicos cantaron en Rafaela, Esperanza, Nuevo Torino y en algún momento los presentaron en el Canal 13 de Santa Fe y en la emisora de LT9. El tango todavía estaba lejos o, mejor dicho, la esperaba a la vuelta del camino. Una presentación en Córdoba la habilita para actuar en el festival de Río Ceballos, donde cautiva al público con su gracia y su repertorio de canciones italianas.
Cuando hay talento y calidad artística, el destino siempre concerta la cita. Esta vez el “milagro” ocurrió en Rafaela, cuando el productor Julio De Martino le propone al padre que su hija conquiste los escenarios de Buenos Aires. Y así fue. Tenía dieciséis años y actuaba en el Café Concert Cabo 710 de San Telmo. Para esa época se presenta en el concurso de “Grandes valores del tango”. En su repertorio hay canciones juveniles, viejas canzonetas italianas y solamente dos tangos. Rosanna elegirá para la ocasión el tango “Madreselva”, de Luis César Amadori con música de Francisco Canaro. Alcanza y sobra. Gana de punta a punta en la primera ronda. El impacto de su voz y su presencia fueron tan avasalladores que los empresarios no esperaron el resultado final del concurso y la contrataron como artista exclusiva. Pronto la gran platea nacional disfrutará del placer de oír la voz suave y modulada de una jovencita que suma a su talento musical los atributos de la belleza y la simpatía.
Rosanna intuye o presiente que todo lo tiene que hacer rápido y bien porque no dispone de mucho tiempo. En 1971 graba para el sello Diapasón acompañada de la orquesta de Luis Stazo. Allí incluye temas como “Amor de verano” y “Bajo mi piel” del propio Stazo. También están en esa placa el vals “Dos corazones”, con letra de Ivo Pelay y música de Canaro, y el tema de José María Contussi y música de Charlo, “Sin lágrimas”. Como obsequio para los oyentes incorpora en este álbum el gran hits de entonces: “Balada para un loco”.
Ese mismo año, es decir, 1971, graba con Lito Escarso tangos más clásicos. Y lo hace muy bien. Y el que no lo crea que la escuche de nuevo acompañado de un café bien cargado o alguna otra bebida más estimulante. En esta segunda edición están temas como “Rondando tu esquina”, “Madreselva” o “Más solo que nunca”.
Tres películas que la cuentan a ella como protagonista merecen destacarse. “Arriba juventud”, “Siempre fuimos compañeros”, filmada en Mar del Plata, dirigida por Fernando Siro y la participación estelar de Donald y finalmente la película “Te necesito tanto amor”, dirigida por Julio Saraceni y la actuación de Elio Roca. Seamos sinceros, se trata de películas pasatistas que no van a quedar consagradas por la historia del cine. Si algún valor poseen, no es cinematográfico, sino musical, a través de la presencia de ella, es decir, de Rosanna Falasca.
En 1975 graba para el sello Odeón acompañada, nada más y nada menos, que de la orquesta de Raúl Garello. Allí se lanza con tangos de hacha y tiza como son “El último organito”, “Pero yo sé”, “La última curda” y “Nostalgias”. Finalmente, en 1982, como a modo de despedida, graba para el sello Polydor acompañada por la orquestas de Pedro Tripodi, temas como “Sur”, “El pañuelito”, “Bien criolla y bien porteña” y “La cumparsita”
En 1978 participa de lo que se presentó como “La cruzada joven del tango”. La acompañan en este emprendimiento llamado al fracaso María Graña y Rubén Juárez. No va a ser éste el primer intento de conectar al tango con los jóvenes. Tampoco será el último, aunque, me atrevo a afirmar que en todos los casos, todos estarán llamados a fracasar ¿Por qué? Porque el tango puede gustarle a algunos jóvenes, pero no es cosa de jóvenes. Sus temas, su paisaje, sus mitos y leyendas, convocan a personas mayores o personajes que han vivido experiencias intensas, por lo que insistir en reconciliar al tango con los jóvenes podrá ser un buen negocio para algunos, pero en lo fundamental, es tiempo perdido.
Pero a la “Bella niña del tango” se le declara un cáncer en el útero. El rumor crece y ella lo sale a desmentir. Sus admiradores que la respetaban y la amaban, respiran aliviados. Sigue actuando en la “Botica del ángel”, pero los estragos de la enfermedad se notan, aunque su sonrisa sigue siendo un rayo de luz en el escenario. Los últimos días los pasará en una quinta de don Torcuato. Rosanna Falsaca murió el 20 de febrero de 1983.

lunes, 25 de abril de 2016

María de la Fuente

Nacida en General Roca, novena de diez hijos, fue la primera cantante de tangos que en los años '50 deslumbró a los japoneses, actuando ante el mismo emperador Hiroito, con la orquesta del maestro Juan Canaro.
Siendo una tímida adolescente cantaba en los festivales de la comunidad árabe de la ciudad rionegrina a la que pertenecía su numerosa familia. Recordaba María, ya anciana, aquel valle pródigo, como le gustaba decir, y la alegría y el orgullo de su gente y de los vecinos, que ponían la radio bien fuerte para que se escuchara en las calles la voz de la "roquense", a la que conocían por las tapas de las revistas, porque partió a Buenos Aires apenas egresó del Colegio María Auxiliadora.
Tocaba piano pero nadie le enseñó a cantar, lo suyo era pura vocación. Eduardo Bonessi, el mismo maestro de Carlos Gardel y Azucena Maizani, fue uno de sus maestros en el arte de vocalizar.
Cantaba en una fiesta de fin de curso a los 15 años cuando la escuchó un directivo de LU 2 Radio Bahía Blanca. Tras los aplausos, la invitó a cantar en su radio. Fue a Bahía Blanca con el permiso de sus padres y acompañada por una hermana.
María tenía claro que su meta era triunfar en las radios porteñas. Radicada en la capital federal con una de sus hermanas casadas, debutó con el seudónimo de Mary Mater en 1936 en Radio Porteña a instancias de Jaime Yankelevich.
Actuó luego en Radio Belgrano y El Mundo e incursionó en el Cuarteto Vocal Femenino del maestro (Eduardo) Ferry, con el que recorrió Latinoamérica durante cuatro años de giras ininterrumpidas.
A mediados de la década el ´40 era una de las más destacadas estrellas de la canción radial y recorría escenarios del país, Cuba, Brasil y Paraguay acompañada por el pianista Manuel Sucher.
En su repertorio incluía Carrillón de la Merced, a pedido de su madre, y los tangos de Homero Manzi a pedido del poeta, sobre todo Malena.
En Radio Belgrano cantó con la gran orquesta del maestro (Héctor María) Artola; en Splendid, con Domingo Marafiotti. Antonio Carrizo la convocó a El Mundo cuando quedó a cargo de la dirección artística. Grabó también con Astor Piazzolla.
María de la Fuente fue su seudónimo definitivo. Tímida e independiente, cierta vez rechazó la oferta de Hugo del Carril para que cantara con su trío de guitarristas.
En 1954 llegó a Japón con la orquesta del maestro Canaro integrando la primera embajada argentina de tango. Ya era conocida por los japoneses por revistas y grabaciones. Fueron esperados por una multitud que los ovacionó y María se convirtió en la cantante mimada por los nipones. Cantó ante el mismísimo emperador Hiroito. También participó en cine en algunas películas. Integraba la Academia Nacional del Tango.
Visitó General Roca en numerosas oportunidades durante su larga carrera, presentándose en las primeras Fiestas de la Manzana. Integró Las Cancionistas, retirándose a fines de la década pasada.
Durante una entrevista concedida al diario Río Negro en setiembre de 2008 recordó con afecto a los habitantes de su pueblo natal y la promesa que le hicieron: ponerle algún día su nombre a una calle. (Diario Río Negro)
Néstor Pinsón recuerda en la página Todo Tango (enlace adjunto) que fue el 13 de octubre de 1994 cuando presentó a María Luisa Mattar en su programa radial “Siempre el Tango” emitido por Radio Municipal.
“Comenzó cantando bajito un fragmento a capella de un tango. Se estaba reponiendo de un problema serio en sus cuerdas vocales, llevaba cerca de veinte años sin cantar profesionalmente pero manifestó entonces que ya se estaba ocupando de la rehabilitación para volver a cantar dignamente e intentar grabar”, describe Pinsón.
En aquella oportunidad relató sus comienzos en el cuarteto vocal Ferri, su llegada como solista a Radio El Mundo, sobre el famoso viaje a Japón, un verdadero hito para la historia del tango pues fue la primera "embajada tanguera" que se presentó en vivo en aquel lejano país. La orquesta de Juan Canaro contaba además, con la voz de Héctor Insúa y parejas de baile. Tuvieron un recibimiento notable, actuaron ante la presencia de el emperador Hiroito y quedó un material fonográfico, testimonio de su éxito.
El cuarteto del maestro Eduardo Ferri surgió al inaugurarse en 1935 Radio El Mundo. El director artístico de la emisora, Pablo Osvaldo Valle, propuso al músico que formara un conjunto de voces femeninas para actuar como coro de los cantantes solistas del elenco de la radio y como número artístico. Quedó entonces conformado el Cuarteto Vocal Femenino Ferri, integrado por Mary Mater (su seudónimo anterior), María Angélica Quiroga, Lita Bianco y Margarita Solá. También integró el conjunto Chola Bosch, como eventual reemplazo. El cuarteto actuó en diversas salas teatrales y emprendió giras por países vecinos.
María era una adolescente de apenas dieciocho años cuando el director de la emisora, Pablo Valle le ofreció ser cancionista solista sugiriéndole su definitivo nombre artístico, María de la Fuente. Permaneció seis años en la emisora.
Durante la entrevista recordó también que su debut fue como invitada en la orquesta de Julio De Caro cantando el tango Buen amigo. Compartía sus actuaciones con la orquesta estable de la emisora dirigida por Juan Larenza y, luego, por Andrés Fraga.
Ya en Radio Belgrano, en 1943, compartió presentaciones con la orquesta estable a cargo de Héctor María Artola y en la década del cincuenta, en Radio Splendid junto a la orquesta del maestro Francisco Marafiotti.
En 1946 fue convocada por el sello Odeón, cuyos directivos tenían la intención de que grabara boleros e introducirla en el mercado latinoamericano. Ella manifestó su vocación tanguera y les propuso grabar los dos géneros. Registró entonces diez temas. Entre ellos, los tangos Padre nuestro y En carne propia y los boleros Tarde azul y Amado mío.
Entre 1950 y 1952 grabó ocho temas más, para el sello TK, con la orquesta de Astor Piazzolla con repertorio íntegramente tanguero. Entre otros, El choclo, Romance de barrio y Fugitiva.
Con Francisco Rotundo grabó Tata, llevame p´al centro en 1957.
María alternaba temporadas radiales con actuaciones en cines y teatros. Durante aquella entrevista en Radio Municipal recordó en particular un mes en escena con la orquesta de Miguel Caló.
También, su participación en las películas Explosivo 008 (1940), Fronteras de la ley (1941) y Alma liberada (1951).
Viajera incansable, realizó giras por casi toda América e integró una compañía que actuó en el Teatro Comedia de Madrid además de la famosa gira por escenarios japoneses junto al maestro Juan Canaro.
Como ocurriera con otras cancionistas de la década del cuarenta, sus posibilidades de acceder a registros fonográficos fueron menguadas por el éxito de duplas de renombre como Troilo-Fiorentino, D´Arienzo-Echagüe, D´Agostino-Vargas o Caló-Berón. Sin embargo, María de la Fuente fue la cantante que más grabaciones legó comparándola con sus pares contemporáneas Carmen Duval y Chola Luna, entre otras.
Pinsón aporta que superados los problemas en sus cuerdas vocales, a los 80 años grabó El último organito, Garras y Ave María junto a una formación integrada por Hernán Possetti (piano), Néstor Marconi (bandoneón), Ángel Bonura (contrabajo) y Litto Nebbia (guitarra y sintetizadores); registros incluidos en un compacto del sello Melopea. El mismo trabajo contiene grabaciones en vivo de su actuación en Tokio el 4 de octubre de 1964, dos grabaciones de 1946 con la orquesta de Américo Belloto y una con la orquesta de Astor Piazzolla (aunque en el compacto figura erróneamente Héctor María Artola).
“Dueña de una interesante voz que expresa un sobrio dramatismo y una fuerte personalidad, hace gala de un estilo bien tanguero que no puede negar la influencia de las grandes cancionistas que la precedieron”. El 2 de junio de 2002 deleitó con su presencia y voz en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura de la ciudad de Buenos Aires, concluye Pinsón.

Alberto Vila

Los viejos tangueros lo tienen presente con mucho afecto. Cantaba bien, era buen mozo y su estampa elegante y distinguida se lucía en las películas más taquilleras de su tiempo. Nació en Montevideo el 25 de septiembre de 1903. Con la arbitrariedad y las variaciones del caso se considera que él y Julio Sosa son los grandes baluartes del tango oriental. Yo agregaría a la lista el nombre de Enrique Campos, un cantor sutil, cálido y calificado como una de las grandes voces del género. Y seguramente los más jóvenes no prescindirían del nombre de Gustavo Nocetti. Por el lado de las mujeres, Nina Miranda es insustituible. Como tampoco se pueden eludir los nombres de Francisco Canaro, Enrique Saborido y Gerardo Matos Rodríguez. Capítulo aparte es la supuesta nacionalidad uruguaya de Carlos Gardel, una pertenencia que para los orientales es tan uruguaya como el mate, Artigas y el Cerro de Montevideo.
Alberto Vila se inició en el tango imitando a Carlos Gardel. Los que lo frecuentaron dijeron que nunca dejó de hacerlo. Ésa fue su virtud pero también su límite. Los cronistas registran que debutó como artista en la Trouppe Ateniense dirigida por Víctor Soliño, Roberto Fontaina y Ramón Collado. Los primeros temas los interpretó en privado para el grupo de iniciados, pero el debut lo hizo en el Teatro Solís de Montevideo el 6 de octubre de 1927. Entonces, el tema que le permitió ganar el afecto del público fue “Siga el corso” de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez.
La sesión musical en Uruguay debe de haber sido buena, porque dos meses después actuó en el Coliseo de Buenos Aires y el público lo aplaudió de pie. El éxito fue tan arrollador que a las pocas semanas grabó cuatro temas para el sello Víctor, un privilegio al que sólo accedían los que entraban por la puerta grande de la fama. En la ocasión, los temas que registró fueron “Ensueño”, de Homero Manzi y Sureda; “Perdónala”, de Soliño, Fontaina y Agnese; “Che papusa oí”, de Enrique Cadícamo y Gerardo Matos Rodríguez, y “Niño bien”, de Soliño, Fontaina y Collazo.
Para esa época, Vila trabajaba en el Banco de Descuentos de Montevideo y los fines de semana se escapaba a Buenos Aires para cumplir con sus compromisos artísticos. Las cosas con el tango deben de haber dado sus frutos, porque a principios de 1929, organizó una gira por Europa, pero desistió del emprendimiento porque lo contrataron por tres meses en Radio Prieto y luego se incorporó a la programación de los teatros Empire y Florida. Fue entonces cuando renunció al empleo en el banco y se lanzó de lleno a su carrera de artista. No le fue mal. En el teatro Empire, entonces ubicado en la esquina de Maipú y Corrientes, compartió el escenario con Josephine Baker, acto que lo consagró como una de las grandes revelaciones de la noche porteña. Ya para esa fecha, había grabado su primer disco como solista. Allí, quedaron registrados la zamba “Golondrinas”, el vals “En un pueblito español” y el fox trot “Príncipe azul”.
El cartel de la noche porteña en aquellos años no era muy diferente al de la noche montevideana. Si se triunfaba en una orilla había muchas probabilidades de triunfar en la otra. Vila no fue la excepción, como lo demuestra el hecho de ser contratado por Radio El Espectador y Radio Sport. Allí intervino acompañado por las guitarras de Baudino, Pando y Pérez. Alberto Vila grabó hasta 1942 más de cien temas (ciento tres, dicen los coleccionistas), algunos realmente memorables. En la actualidad, no es fácil hallarlos en las disquerías, pero con paciencia algo se puede encontrar. Hace unos años, el sello Altaya publicó una colección bastante completa del tango y allí se incluyeron algunos de sus temas, todos acompañados con guitarras.
Si se me permitiera sugerir sus mejores creaciones recomendaría “Agua florida”, “Che papusa oí”, “Tengo miedo”, “Garufa”, “Esta noche me emborracho”, “Adiós muchachos”, “Cómo se pianta la vida” y “Sacate el antifaz”, un tema que interpreta como los dioses; se trata de un poema escrito por Alberto Munilla con música de Orlando Romanelli que Vila lo grabó en 1930. Algunos versos del poema merecen recordarse, particularmente su estribillo: “Sacate el antifaz/ Marquesa de Trianón/ quiero mirar tu faz/ y darte el corazón/ debe de ser un sol/ tu rostro angelical/ te ruego por favor/ sacate el antifaz”.
En los años treinta, la fama de Vila se consolidó a través del cine. En poco más de diez años filmó doce películas. Rubio, pintón, simpático y dueño de una sonrisa ganadora, a su talento musical le sumaba condiciones actorales que sin ser excepcionales le permitían brillar con luz propia. En 1936, filmó “Radio Bar” dirigida por Manuel Romero. Lo acompañaban Lidia y Victoria Desmond, Gloria Guzmán, Juan Carlos Thorry y la orquesta dirigida por el maestro Elvino Vardaro.
En 1939, actuó en “Cuatro corazones” y “Retazo”. Y en 1940, participó en lo que para muchos fue su mejor película: “La casa del recuerdo”, dirigida por Luis Saslavsky. Allí, canta un tema a dúo con Libertad Lamarque que los coleccionistas darían su vida por conseguirlo. También en el año cuarenta filmó “Confesión”, inspirada en el poema de Enrique Santos Discépolo. La película producida por Argentina Sono Films la dirigió José Moglia Barth, con guión de Homero Manzi y la música a cargo de la orquesta de Ricardo Malerba.
Allí, hay una escena que merece tenerse en cuenta. Un grupo de señoritas y “niños bien” salen de algún local nocturno. Están vestidos como vestían los millonarios en aquellos años: ellas de largo y ellos de frac y moñito. Están todos alegres, seguramente con unas copas de más. En la puerta del salón hay un coche tirado por un caballo blanco y un viejo cochero en el pescante. Las niñas hacen exclamaciones de alegría como harían hoy en la misma situación si encontraran a esa hora un taxi desocupado. Es en ese momento que entre el grupo de muchachos calaveras se destaca Alberto Vila. Está en su mejor momento. No ha cumplido aún cuarenta años y es la gran estrella del cine porteño. Se acerca al coche y sorpresivamente serio le dice a los amigos. “Éste no es un coche, es una sombra, es un recuerdo”. Todos hacen silencio. Y en ese momento se escucha la música y Vila empieza a cantar “El pescante”, uno de los grandes poemas de Homero Manzi. Hoy, gracias a Internet y Youtube se puede disfrutar de esa escena. Es una joya del tango y Alberto Vila está como nunca.
Después filmó “Mañana me suicido”, “Amor último modelo”, “Camino al infierno” y “Adiós pampa mía’’, acompañado por Alberto Castillo. Los éxitos fílmicos de Buenos Aires no son muy diferentes a los que luego conquistará en Montevideo. En 1938, estrenó en la sala del Ambassador, entonces ubicada en Julio Herrera y Obes, entre 18 de Julio y San José, la película “Soltero soy feliz”. También pertenece al ciclo montevideano, “Los tres mosqueteros”, con Iris Margo, una película que por exigencias del libreto sus principales escenas se filmaron en el parque Capurro de la capital oriental. La consagración definitiva, Vila la logró filmando en La Meca del cine de entonces: Hollywood. Allí, y acompañado nada más y nada menos que de Maureen O’Hara, actuará en “Sucedió en la Argentina”, donde se luce cantando en inglés y castellano.
En la plenitud de su fama y antes de cumplir los cincuenta años, Vila decidió retirarse del mundo del espectáculo. Lo hizo en 1946 y lo hizo para siempre. Ese retiro voluntario explica, tal vez, su “desaparición” de las disquerías. Hoy, su nombre es recordado por pocos, sin embargo en los años treinta y principio de los cuarenta el hombre brillaba en la noche del Río de la Plata. En homenaje a la verdad, hay que decir que no fue el primero de su tiempo. A Gardel sólo pudo imitarlo. Careció del talento de Corsini y la sensibilidad popular de Magaldi, pero fue un cantor afinado y con gran llegada al público de su tiempo, por lo que sería injusto subestimarlo o desconocer lo que representó en su momento. Vila murió en Montevideo el 23 de febrero de 1981. Pocos, muy pocos, se enteraron de su muerte. La noticia salió en algunas páginas de tango. No era para sorprenderse: hacía más de tres décadas que estaba fuera de circulación. Vivía en Buenos Aires, pero curiosamente murió en Montevideo, su ciudad natal.

miércoles, 20 de abril de 2016

Gaby emociona hasta las lágrimas con Evita

El  máximo  coliseo bahiense estaba atestado de público el pasado domingo 17 de abril, para la obra “Tibio está el pañuelo todavía”, un musical sobre la vida de Eva Perón en tiempo de tango, escrito e interpretado por Gaby “La voz sensual del tango”.
Gaby logra una íntima conexión entre el relato de la vida de Evita y las canciones. Su amplísimo margen expresivo y magnífica voz de ricos matices, se enriquecieron con una faena de maestría actoral poco común en cancionistas de tango.
Gaby da vida a una Evita  de carne y hueso que poco a poco, va comprendiendo el momento histórico en el que vive, y nos ofrece también una impecable y aguda reconstrucción de los efectos emocionales que los acontecimientos históricos de esa época tuvieron sobre el pueblo argentino. Es un muy buen musical que sumerge al espectador en los episodios más escondidos de la abanderada de los humildes.
El musical tiene una fluidez notable, repasa los 33 años de Eva Duarte sin sortear ningún evento relevante: su condición de hija natural, la pobreza de su infancia, la llegada a Buenos Aires y los rumores que se tejieron en torno al tema, las habladurías de un supuesto embarazo, la repugnancia de las clases altas ante su relación con Perón, su íntimo sufrimiento y culpas nunca confesadas más que al padre Benítez.
La puesta en escena es sobria, viva, de carácter altamente sugerente con pocos elementos inteligentemente aprovechados. Las imágenes reales de Eva que abren y cierran el espectáculo dan un marco ideal a la interpretación de Gaby  que en este caso fue acompañada en piano por Víctor Volpe y en baile por Natalia y Gustavo.
El musical está magistralmente formado por páginas del cancionero popular argentino (tangos, milongas, valses, rancheras, milongas camperas) de excelentes autores: Discépolo, Manzi, Piana, Juan Carlos Thorry y Rodolfo Biagi, Ulises Petit de Murat y Ástor Piazzolla, Cátulo Castillo y su padre, Hugo del Carril, Norberto Aroldi, Eladia Blázquez, Canaro, Luis César Amadori, Gardel y Le Pera.
Es de destacar el vals compuesto por Gaby "Esa mujer" que relata el encuentro de Evita con Perón y un final que emociona hasta las lágrimas con el tema compuesto por Patricia Sosa, "Olvidarte no podrán".
Fotografía: Diego Pitiot

martes, 19 de abril de 2016

Hernán Salinas un barítono del tango

Nacido en Quitilipi, Chaco, el 30 de noviembre de 1956, pero radicado poco después con sus padres en La Matanza, fue cantor aficionado desde la adolescencia. Si bien tomó lecciones de canto durante algún tiempo con un tenor lírico, no tuvo casi estudios musicales ni vocación por desarrollarse en la ópera, a pesar de sus condiciones naturales. Su trayectoria formal en la música popular se inició en 1976, cuando fue elegido para cantar y grabar dos temas semifinalistas en el concurso de la OTI. 
Con un repertorio en el que predominaban los temas tradicionales (“Clavel del aire”, “Golondrinas”, “Mi dolor”, “Sin lágrimas”, “Destellos” y otros), registró en 1977 su primer LP para EMI-Odeón, muy bien secundado por Carlos García, quien con sus arreglos contribuyó al notable nivel de ese disco. Posteriormente, la agrupación Gente de Tango promovió actuaciones de Salinas en el café Tortoni, con el acompañamiento del pianista José Levy, y en el estadio Obras, donde compartió escenario con figuras como Leopoldo Federico y la orquesta de cuerdas de Antonio Agri.
El bandoneonista Raúl Garello lo llevó en 1979 a la televisión, para actuar en el programa “Grandes valores de hoy y de siempre”, que contribuyó más al ocaso que a la recuperación del tango. Aun así, la tevé era el único medio que podía conferir alguna repercusión a un cantor de tango, como se probó en el caso de Guillermito Fernández, o, siempre acotadamente, en los de Raúl Lavié, Jorge Sobral, Susana Rinaldi o María Graña.
En 1980 apareció el disco con la orquesta de Armando Pontier, instrumentalmente más pobre, pero en el que figuran valiosas versiones que Salinas realiza de grandes temas, como “Yuyo verde”, “Trenzas”, “Romance de barrio”, “Garúa” e “Intimas”. También sobresale “Sombra mía”. Luego se concreta la incorporación de Salinas como cantor de la Orquesta del Tango de Buenos Aires, dirigida por García y Garello. En un comienzo ingresó asimismo el cordobés Francisco Llanos. Años más tarde, junto a Salinas también actuó el notable cantor uruguayo Gustavo Nocetti.
En 1982, Salinas debió interrumpir durante largo tiempo sus actuaciones por una grave enfermedad pulmonar, la misma que acabó ahora causándole la muerte. Pero en su momento logró reponerse y volver a impactar con su voz. En 1992 viajó a París para interpretar, junto a cantantes europeos, la operita María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. También realizó grabaciones propias, con acompañamiento de guitarras o de órgano.
Falleció a raíz de una enfermedad pulmonar, recién cumplidos los 47 años el 21 noviembre 2003

Horacio Salgán es uno de los grandes músicos argentinos

Tiene casi cien años y los que lo conocen aseguran que sigue tocando el piano como en sus buenos tiempos. Aníbal Troilo lo calificó como “el mejor bandoneonista de Buenos Aires”. Pichuco no se equivocaba. Cuando un periodista intentó corregirlo recordándole que Salgán es pianista, le respondió diciéndole que si prestara un poco de atención a la manera en que toca el piano, se daría cuenta de que lo hace como si fuera un bandoneón, con el mismo fraseo y ritmo.
Arreglador, compositor, director, Horacio Salgán es por sobre todas las cosas uno de los grandes músicos argentinos y un testimonio vivo de la historia del tango. Se me puede escapar algún nombre, pero me atrevería a decir que junto con Emilio Balcarce y Mariano Mores integran el trío de sobrevivientes, testigos del origen del mito musical más formidable que supo generar el Río de la Plata.
El padre de Salgán tocaba el piano y se dice que estimulado por ese ambiente a los cinco años el chico ya se le animaba a las teclas. Se formó al lado de quienes lo iniciaron en los secretos de la armonía y el contrapunto. Uno de sus maestros fue Vicente Scaramuzza, maestro de Martha Argerich. Otro fue, Pedro Rubeone, maestro de Carlos García.
Su formación académica le permitió siendo todavía un adolescente subir al escenario de la sala del cine Universal de Villa Urquiza y deleitar al público con el piano. Un año después se conocía con el violinista Elvino Vardaro y en algún momento integró la orquesta de Juan Caló y luego la de Miguel. Si un músico se define por sus tradiciones, las tradiciones que sostienen a Salgán se llaman Roberto Firpo, Julio de Caro y Agusín Bardi, a quien le dedicará uno de sus temas memorables.
Antes de cumplir los treinta años ya tenía su primera orquesta y su personalidad musical estaba definida. En esa experiencia inicial lo acompañan músicos que darán que hablar. Allí están Leopoldo Federico, Ernesto Baffa e Ismael Spitalnik. Salgán también se distinguirá por la selección de los cantores. A Roberto Goyeneche lo llevó a su orquesta cuando todavía se ganaba la vida como chofer de colectivo. A Edmundo Rivero lo sostuvo contra viento y manera ante empresarios y promotores que pretendían descalificarlo porque -decían- que su voz no daba para el tango. Oscar Serpa, Horacio Deval y Jorge Durán serán otros de sus cantores, pero en aquellos años el cantor más notable, al que luego el propio Goyeneche reconocerá como su maestro, será Angel Díaz, el Paya, como le decían sus amigos.
“No vine a modificar ni hacer nada porque el tango no lo necesita. Vine con toda modestia a expresar mi lenguaje musical”, dijo en una entrevista. Precisamente en 1950, en un club de barrio, estrena una de sus creaciones de más jerarquía, tal vez la mejor. Me refiero al tema “A fuego lento”, considerado por los críticos como uno de los momentos culminantes del tango instrumental. “A fuego lento” provocó la misma conmoción que “Libertango” de Piazzolla, “La Bordona” de Emilio Balcarce, “Taquito militar” de Mariano Mores, “La puñalada” de Pintín Castellanos o “La yumba” de Osvaldo Pugliese. Después llegarán otros temas, de excelente factura musical, como por ejemplo, “A don Agustín Bardi”, “Del uno al cinco” y “La llamo silbando”.
Tal vez el mejor reconocimiento que recibió en su carrera se lo hizo Daniel Barenboim, cuando interpretó “A fuego lento” en su homenaje. Algo parecido hizo la Orquesta Filarmónica de Berlín. No fueron los únicos clásicos que lo honraron. Lalo Schiffrin cuenta que Stravinsky y Rubinstein tuvieron palabras de elogio para sus creaciones musicales.
Y en el ambiente siempre se habla de cuando el maestro Jean Ives Thibaudet, que había llegado a Buenos Aires para actuar en el Teatro Colón, lo escuchó en un recital. Thibaudet había viajado toda la noche, estaba cansado y sólo para satisfacer a sus anfitriones accedió a escuchar a este pianista argentino que dirigía un quinteto de tango para él desconocido. Sin embargo, cuando Salgán empezó a tocar el piano se le fue el cansancio y el mal humor. “Estuve en estado de shock durante todo el recital”, confesó admirado para luego referirse a la técnica notable de Salgán, la posición y la forma de las manos, la economía de los gestos. Al día siguiente, le dedicó al pianista que lo había conmovido, “Claro de luna” de Debussy.
Salgán respetó a Piazzolla, pero señala algo que resulta interesante a la hora de reflexionar sobre el itinerario estético de un músico. El dice que mientras Piazzolla siempre quiso ir más allá del tango, de alguna manera “irse” del tango, su preocupación -la de Salgán- fue la de entrar en el tango. La reflexión puede ser controvertida, pero artísticamente es sincera. La formación musical de Salgán es amplia y esa amplitud seguirá presente en toda su carrera. Los clásicos, el jazz, la música brasileña, el folklore argentino, son tradiciones constitutivas de su formación profesional. No exageran ni falta a la verdad los críticos cuando dicen que el gran aporte de Salgán fue el de haber elaborado un tango con toques de jazz, abierto a Bela Bartok, Ravel, Art Tatum y la música de Brasil. El crítico Federico Monjeau dice al respecto que “Salgán dejará una definitiva marca rítmica en el tango, no sólo por el uso de las formas sincopadas o por el llamado efecto candombe (donde los violines introducen un sonido de tambor), sino por los variados recursos percusivos. La percusión acriollada de Salgán se desarrollará, además, por medio del uso no convencional de los instrumentos del tango, como los golpes al costado del bandoneón o el rebote de los arcos en los instrumentos de cuerda”. Monjeau hace una particular referencia al aporte de Salgan a la escritura musical del tango. Su libro “Curso de tango” es un estudio pormenorizado y didáctico de detalles pianísticos, orquestales, rítmicos y armónicos.
A fines de la década del cincuenta forma su Quinteto Real porque es uno de los primeros en convencerse de que ya no hay lugar para las grandes orquestas. Lo integrarán, Pedro Laurenz en el bandoneón, Rafael Ferro en el contrabajo, Ubaldo De Lío en guitarra, Enrique Francini en violín y, por supuesto, Horacio Salgán en el piano. El Quinteto debuta a principios de 1960 en Radio El Mundo. Lo presenta Antonio Carrizo y lo apadrina Aníbal Troilo.
En 1995 forma el Nuevo Quinteto real, integrado por Antonio Agri en violín, Oscar Giunta en contrabajo, Néstor Marconi en bandoneón y, como no podía ser de otra manera, el gran Ubaldo de Lío en guitarra, el músico que compartió con Salgán más de cuarenta años de trabajo, al punto que un crítico extranjero algo distraído llegó a creer que eran una sola persona.
En esos años un periodista le preguntó a Salgán su opinión sobre la vigencia del tango. “Los adversarios del tango dicen que pertenece a otra generación a otra época de la ciudad. Son los que ignoran que el tango es -en su suma musical y poética- el único género que eternamente se renovó y que supo expresar la cadencia, el lenguaje, el ritmo, la pulsación y la misma respiración de Buenos Aires”. Como siempre, la razón está de su parte maestro.

Antonio Rodríguez Lesende

Fue considerado el mejor cantor de tangos de orquesta de todos los tiempos. Los que así opinaban alguna autoridad tenían para hacerlo: Julio de Caro, Osvaldo Fresedo, Ciriaco Ortiz, Carlos di Sarli y Antonio Bonavena. Con semejantes padrinos, todo comentario posterior al respecto resulta innecesario. ¿Por qué no se consagró como estrella? Por varios motivos: nunca salió de estribillista; careció de un repertorio propio; le faltó aquello que le sobraba a Gardel: entusiasmo, carisma, pinta brava; como se dice en estos casos, tuvo inspiración, pero careció de transpiración.
Así se explica la escasez de grabaciones y, para algunos, inhallables. Esto explica por qué los coleccionistas se sacan los ojos para contar con una copia del “Gallego”, aunque más no sea un modesto estribillo, ya que como ya lo dijera- durante largos años el hombre se desempeñó como estribillista, tal como lo exigían los directores de orquesta de entonces, para quienes el cantor no debía distraer a los bailarines con su voz.
No concluyen allí las anécdotas que lo hicieron célebre. En 1935 -y actuando como cantante de la orquesta de Ciriaco Ortiz-, estrenó en una reconocida boite de Florida entre Paraguay y Charcas, el tango de Cobián y Cadícamo “Nostalgias”, un poema que el empresario teatral Alberto Ballarini se dio el lujo de rechazar para la obra “El cantor de Buenos Aires”. ¡Lecciones de la historia! Rodríguez Lesende es reconocido por haber transformado a “Nostalgias” en una de los más populares poemas del tango, mientras que el nombre de Ballarini se recuerda por haber sido el empresario teatral que con infalible olfato decidió rechazarlo.
Pero si por algún motivo a Rodríguez Lesende se lo recuerda en la historia tanguera es por haber sido el cantor que se dio el lujo de decirle “no” a Aníbal Troilo. ¿Fue tan así? Más o menos. Según dicen los que saben, todo empezó con una pequeña pelea entre el dueño del cabaret Marabú y Carlos Di Sarli. Como consecuencia de ello, un empresario de apellido Salas le propuso a Pichuco organizar una orquesta en tiempo récord (diez días) para iniciar la temporada del Marabú, prevista para el 1º de julio de 1937, fecha sagrada para muchos tangueros.
Troilo en aquella época tocaba el bandoneón en el Casanova de calle Maipú acompañado, entre otros, por Orlando Goñi, Toto Rodríguez y Pedro Sapochnick. El Casanova -dicho sea de paso- fue un cabaret importante para Pichuco, porque se dice que allí conoció a Zita, su mujer de toda la vida, que entonces trabajaba en el guardarropa del local.
Recordemos que Troilo entonces tenía alrededor de veintitrés años, y si bien ya era un bandoneonista con un prestigio ganado, todavía no era el gran prócer del tango que vamos a conocer y disfrutar después. Lo cierto es que Pichuco aceptó la propuesta de Salas y empezó a armar su orquesta a los empujones, tarea no demasiado complicada para quien conocía el ambiente. Los músicos los consiguió rápido, pero el problema pendiente era el cantor.
Troilo pensó en primer lugar en Rodríguez Lesende, que entonces cantaba en el cabaret Lucerna, acompañado del pianista Miguel Nijensohn. Allí fue una noche acompañado de Luis Sierra amigo del Gallego, porque ya se sabía que el hombre era complicado, vueltero y poco amigo de aceptar compromisos. Se cuenta que Troilo le ofreció 85 pesos por mes, pero el cantor le pidió 200, cifra que para su sorpresa fue aceptada. Sin embargo, Lesende inventó otro pretexto: los horarios, las incomodidades, algunas diferencias con los músicos, motivo por el cual Troilo comprendió que debía desistir de su proyecto.
Para la historia tanguera, quedó claro que Rodríguez Lesende le dijo “no” al bandoneón mayor de Buenos Aires, al maestro que en el futuro todo cantor sabía que una convocatoria suya lo instalaba en el acto en el universo de las estrellas. En definitiva se dice-, el Gallego no fue capaz de reconocer en ese gordito engominado a una de los futuros patriarcas del tango. En realidad, según cuenta Luis Sierra, lo que Rodríguez Lesende rechazó fue la exigencia de dejar su puesto de cantor estable del Lucerna, para irse dos meses con Troilo. La película concluye cuando el puesto de cantor lo acepta Francisco Fiorentino.
Antonio Rodríguez Lesende, el “Gallego”, nació en Vigo en 1905 y murió en Buenos Aires el 2 de octubre de 1979. A la Argentina, llegó en 1906 y su infancia transcurrió en el mítico barrio Balvanera. Tenía apenas quince años cuando ya se destacaba en el coro de Orfeon (asociación de coristas) como primer tenor. Su paso siguiente fue el teatro Colón, donde además de aprender canto y teoría musical, se destaca como corista. A los veinte años ya está en radio Splendid cantando tangos, acompañado por la orquesta de José Tinelli y, luego, por la de Francisco Lomuto. Para entonces sus condiciones de estribillista son ponderadas por los mejores maestros de su tiempo. A su desempeño en radio Splendid le suma, años después, su contrato con radio El Mundo. Allí, se lo autoriza a cantar con todos los conjuntos típicos que figuraban en el elenco de la emisora. Más estribillos.
En 1927, es contratado por firma Brünswick, donde cuenta con la compañía de Edgardo Donato y Juan Polito. A principios de los años treinta, está con la orquesta de Antonio Bonavena. Allí graba uno de los tangos que tengo en mi modesta discoteca: Almagro, de Iván Diez y Vicente San Lorenzo. Escucharlo a Lesende es un placer, pero al mismo tiempo una impotencia; placer porque es buenísima; impotencia porque su intervención es muy breve y uno se queda con las ganas.
El mismo año que estrena “Nostalgias” constituye un trío acompañado de Joaquín Mauricio Mora y Héctor Morel. Luego se desempeñará como vocalista de un trío integrado por músicos cuya calidad está fuera de discusión: Ciriaco Ortiz, Juan Carlos Cobián y Cayetano Puglisi.
Alrededor de 1943 otros dicen 1947-, Rodríguez Lesende se retiró de los escenarios, las radios y las grabadoras. Estaba en la plenitud de su edad y del dominio de sus facultades, pero por motivos que desconozco decidió abrirse del tango y de la noche para dedicarse a vender rulemanes. Sin embargo, en 1953 retornó una breve temporada con la orquesta de Atilio Stampone, Leopoldo Federico y Antonio Rodio. Se asegura que quien lo convenció del retorno fue el maestro Argentino Galván, integrante y arreglador de esta formación musical. Gracias a este breve regreso, nos queda como alhaja la grabación de “Tierrita”, un tango de Agustín Bardi que él interpreta con su ya reconocida solvencia. ¿Otros tangos para disfrutar? “Milonga del Centenario”, “Mano brava”, “Santa mujer”...

Argentino Luna, el Gaucho de Madariaga

Para el Documento Nacional de Identidad, Rodolfo Giménez. Para el folklore de todos los tiempos, Argentino Luna o, simplemente, el Gaucho de Madariaga. Aquel que, a puro sentimiento, ofrendó a su patria los inolvidables cantos que versara su alma de payador.Bajo el sol del interminable horizonte que ofrece la verde pampa, Argentino Luna asoma al mundo un 21 de junio de 1941. Fue en los pagos gauchos de General Madariaga, tierra bonaerense.El viento del Atlántico y la Pampa extensa moldearon su estilo. “Nunca estudié música”, confesó en 1978. De los montes del Tuyú y de mujeres como su propia madre, Esperanza Castañares, y su papá Juan Lino, tomó los personajes de peonada, lavanderas y cocineras que poblaron sus letras amadas por la gente.
Grabó más de 300 canciones: huellas, milongas, zambas, triunfos, cifras y poemas entre otros ritmos criollos. Se plasmaron en casi 50 discos. Llegó a Buenos Aires en los 60 y llegó a la TV en 1968. Su otra patria chica fue Quilmes.
Recorrió varios países y hasta en Brasil grabó “Milonga de tres banderas”, del riograndense Caetano Braum. El “misterio de la milonga”, con apenas un bordoneo, lo aprendió de los criollos de Madariaga. Y con esa escuela recorrió el mundo, dejando una huella.
Le fluían recuerdos del Madariaga natal, donde cada año se realiza la “Fiesta Nacional del Gaucho”. Un viento salobre la cruza y Luna dijo que lo inspiró el paisaje pampeano, que hacia el norte tiene el sello de la cuenca del río Salado.
Y para explicar cómo era su “sala de grabación”, contó: “Tirado panza arriba, bajo la celeste techumbre del cielo, gastaba los días mirando el vuelo de los pájaros y en el profundo silencio de la campiña bonaerense, el canto de los grillos, el grito de los teros, el mugir de las vacas, el relincho de los baguales, y el torear de los perros, mis amigos primeros e inolvidables”.
“Moriré con una milonga”
A “Un cielo limpio repartiendo estrellas” quizás su verso más logrado, sumó otros bellísimos. Ya en los 90 tenía 45 discos. También actuó en Japón, EE.UU., Costa Rica, Panamá, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Padre de cinco hijos de dos matrimonios, compuso más de 300 canciones, como “Zamba para decir adiós”, su primer gran éxito, “Mire qué lindo es mi país paisano”, “Mirá, lo que son las cosas”, “Pero el poncho no aparece”, y “Me preguntan como ando”. Logró La Palma de Plata, El Limón de Oro, Gardel de Oro, y El Charrúa de Oro, entre otros galardones.
“Me voy a morir tocando una milonga, o con un poema de Yamandú Rodríguez que aprendí cuando corría a atar el caballo con mi padre, en Madariaga”, contaba nostalgioso.

Carlos Gardel, entre la leyenda y el mito

Hay algunas fotos de Gardel que me gusta mirar. Una es la que le sacaron en Medellín pocos minutos antes de la tragedia. En la foto creo que están Le Pera y Aguilar. También hay algunos chicos y dos o tres admiradores. Él está en el centro de la foto. Serio, algo desganado, el sombrero reclinado sobre la derecha; un cigarrillo en la mano. Él no sabe que es la última foto de su vida, que minutos después estará muerto. Está en su plenitud. En la plenitud de su carrera artística, en la plenitud de su vida, en la plenitud de su pinta. Más allá lo aguardan la leyenda, el mito.
Me gusta esa foto. Es un Gardel sobrio, austero, bien plantado. Es un Gardel que John Huston habría querido para alguna película; es un Gardel diferenciado del personaje de la farándula que luego de su muerte se instalará como mito, leyenda o ícono consumista. Observo algo. En la foto no hay ninguna mujer. Hombres sin mujeres, diría Hemingway, que sabía de esas cosas. Otro detalle. No es la foto de un hombre feliz; es la foto de un hombre seguro, íntegro, pero no feliz. La foto es un contraste con el ícono gardeliano de la eterna sonrisa. “Señor de los tristes”, dirá con precisión poética Paco Urondo.
Sigo mirando esa foto. Está algo cansado. No ve la hora de llegar a Cali para acostarse y dormir. La noche anterior se había quedado jugando al póker en un hotel de Bogotá hasta las cinco de la mañana. Imagino la mesa. Los hombres en mangas de camisa, el humo de los cigarrillos y Gardel con las cartas en la mano bajando una escalera real o un full de ases. Si esa timba no se hubiera prolongado hasta la madrugada es probable que el avión no habría descendido en Medellín para cargar combustible y, por lo tanto, la tragedia no se habría producido. Pero eso se va a escribir luego, después del fuego, después de la tragedia.
Hay otras fotos de Gardel que me interesan. Hay una realmente extraña. Gardel está en mangas de camisa apoyado en la barra de un bar de París. Es la única foto que conozco que no está con su infaltable traje y su tiesa corbata. Lo que se mantiene intacto es el peinado a la gomina que le afina los rasgos y le otorga un insólito tono juvenil. La ropa es oscura, deportiva. Parece un muchacho algo insolente, algo desfachatado, que sonríe no a la eternidad, sino a una chica que lo mira desde alguna de las mesas.
Después están los relatos. Un santafesino viejo me contaba de una mañana de sol en calle San Martín. Él estaba parado en la esquina de San Martín y Mendoza y lo vio a Gardel que venía caminando con dos amigos desde el sur, tal vez desde calle Salta. Pasó a su lado. Es más morocho y robusto de lo que sale en las fotos, me dice. Viste un traje oscuro y lleva un sobretodo marrón echado sobre los hombros como si fuera una capa. No sonríe. Llega hasta la esquina de la Cortada Falucho y entra al Sportsman. Los curiosos se quedan en la puerta. Gardel saluda a los empleados y conversa con uno de ellos. Le pregunta por la carrera de caballos de la tarde. Después, compra un sombrero, un funyi gris. Sale.
Me gustan esos retazos de historia. A veces dicen más que muchas biografías. Son imágenes, pequeños flashes luminosos que revelan algo. Un fotógrafo relata cuando lo vio entrar a un bar. Eran como las cinco de la mañana. Las mesas estaban ocupadas por calaveras, trasnochadores y chicas del ambiente. “Vea. Yo lo vi sólo una vez y no cruzamos palabra. Esa madrugada yo estaba tomando un café con un amigo y lo vi entrar. Venía como iluminado. Todo el bar se quedó en silencio, o eso fue lo que me pareció. Él se llevó la mano al sombrero y con una sola inclinación todo el mundo se dio por saludado. Yo me paré, le saqué la foto y me quedé ahí contra el mostrador, envidiando al tipo que le daba la mano”.
Conviene recordar esa frase: “Venía como iluminado”. Así lo vemos, así lo evocamos. El salón puede estar a oscuras o en penumbras, pero la luz de Gardel siempre viene de otro lado, de otro lugar. Esa luz ilumina, revela, nunca encandila. Cadícamo recuerda una noche en Barcelona. Están terminando de cenar con unos amigos. El rumor del comedor se parece a las olas del mar: persistente y eterno. Gardel está alegre, divertido. Sonríe, no a los fotógrafos, sino a los amigos que lo acompañan. El mozo se acerca y sirve el café. Es tarde. Algunas personas se están retirando del salón. De pronto, Gardel corre la silla hacia atrás, estira las piernas, lleva las manos al bolsillo y empieza a cantar: “Esa colombina puso en sus ojeras/ humo de la hoguera de su corazón/ y aquella marquesa de la risa loca/ se pintó la boca por besar a un clown...”. La voz se desparrama suave como una brisa por todo el comedor. El silencio es absoluto. Una señora le pregunta al marido quién es ese morocho que canta tan lindo. El marido le hace un gesto con la mano para que se calle la boca. Cuando Gardel concluye, lo aplauden hasta las arañas del techo; él se para y saluda a todos con la copa en alto.
-Es Gardel -le dice un caballero muy bien vestido a otro caballero. Sin saberlo, ha pronunciado la frase, la contraseña que a los argentinos nos identificará hasta la fecha . “Es Gardel”, vamos a decir cada vez que ponderemos el éxito, la calidad, la excelencia.
¿Por qué lo queremos tanto?, se preguntará asombrado Osvaldo Soriano. No hay una sola respuesta. O tal vez, sí. Tal vez haya una exclusiva respuesta. Julio Cortázar recordará esa tarde porteña en que vio a un compadrito hacer cola en el cine para ver “una película del Mudo”. Juan Carlos Onetti nunca le perdonará haber filmado “Rubias de Nueva York”. Ortega y Gasset y Ramón Gómez de la Serna ponderarán las virtudes de su voz. Carlos García se hará una pregunta sugestiva. ¿Cómo sería Buenos Aires si Gardel no hubiera existido?
Gardel mito, Gardel leyenda, Gardel memoria colectiva. Todo puede escribirse y todo se ha escrito. ¿Existió o es una fantasía? “Para mí lo inventamos/ seguramente fue una tarde de domingo/ con mates, con recuerdos, con tristezas/ con bailables bajitos en la radio/ después de los partidos”. Fue la estrofa más hermosa que leí sobre un hombre del que se escribieron miles de estrofas. No hay vuelta que darle: fue un invento nuestro. No sabemos bien cuándo llegó al mundo, dónde nació, quiénes fueron su madre y su padre. No sabemos si fue triste o alegre, si fue santo o culpable. Lo único que sabemos es de la maravilla de su voz. Eso no es leyenda, no es mito, es arte. Un crítico musical me decía asombrado: “Lo suyo es formidable. No erra una nota ni en broma”. Otro tanguero me explicaba: “En el tango, las notas están desparramadas en todas las direcciones. Por eso es tan difícil cantarlo y por eso Gardel es un genio, un genio que dispara notas al aire y todas dan en el blanco”.
A su voz, a su expresividad musical le sumó su insólita capacidad de interpretación. Gardel fundó al tango. Él le dio ese tono, ese ritmo, ese gracejo inconfundible. Para lograrlo hacía falta algo más que tener buen oído; hacía falta calle, noche, mucha calle y mucha noche. Hacía falta haber vivido en el Abasto, haber padecido las humillaciones de la pobreza, haber chapaleado barro, haber sido guapo cuando era necesario y gaucho cuando la vida lo exigía. Como diría el Polaco Goyeneche: “Haber sido punto, nunca banca”. Y a propósito de ese maravilloso y generoso cantar que fue el Polaco. Una vez le preguntaron qué sería de él si Gardel viviera. La respuesta fue inmediata, como si ya se hubiera hecho la pregunta y la hubiese respondido en su intimidad: “Si Gardel viviera yo seguiría siendo colectivero”, recordando sus primeros años de chofer. ¿Exagerado? Creo que sí, pero preciso respecto de lo que realmente importa.
Durante años, Gardel trajinó con Razzano por pueblos y caseríos. A veces cantaban por la comida; a veces se escapaban de los hoteles sin pagar; a veces dormían en algún calabozo o en el banco de alguna estación de trenes. El pícaro, el amigo de ley, el atorrante, el timbero, el guapo, se fue haciendo en esa escuela de la vida. En ese amasijo de aventuras, andanzas y entreveros, se fue forjando de una manera asombrosa un modo, una manera de interpretar el tango.
Una multitud se amontonó en el Luna Park aquella tarde de 1936 para despedirlo. Como dijera Raúl González Tuñón: “Un pueblo lo lloraba/ y cuando un pueblo llora/ que nadie diga nada porque todo está dicho”. Una multitud lo llevó en sus brazos hasta la Chacarita. Una multitud lo lloró y lo bendijo. Una multitud lo hizo suyo. Nunca más lo abandonaron, nunca más lo dejaron solo. Todavía hoy lo siguen llevando.

sábado, 16 de abril de 2016

Roy Stahli revela en "Guarany. Toda una vida" el magnetismo de un ídolo

El libro de ediciones Fabro retrata las diferentes facetas de un artista masivo como Guarany (nacido en Santa Fe en 1925 y bautizado como Eraclio Rodríguez), aunque la condición declarada de Stahli de “fanático” de su “ídolo eterno”, no le facilita a ratos la distancia que necesita todo biógrafo para tratar a su personaje por fuera del mito.
Así y todo, el libro resulta de interés en base a las entrevistas con el autor de “Puerto de Santa Cruz”, “Si se calla el cantor” y “Cuando ya nadie te nombre”, entre muchos temas populares, y las numerosas anécdotas de sus allegados sobre un hombre que, nacido en la pobreza, debió lidiar con numerosas dificultades antes de consagrarse.
Sobre la trayectoria de Guarany dialogó Télam con el músico y escritor
- ¿Qué agrega este libro a la autobiografía "Memorias del cantor"?
- Aquella autobiografía de Horacio era más bien un relato basado en lo anecdótico, sin demasiada precisión temporal. En cambio este trabajo aborda su personalidad no solo desde sus propios relatos, sino también a partir de testimonios de personas que han sido o son allegados a él. Por otra parte, traté de precisar detalles, fechas, nombres, lugares que hasta el momento eran inciertos o desconocidos.
- ¿Cómo definirías a esta personalidad pujante de nuestro folklore, creador de muchos temas que van del amor a lo social?
- Guarany es la libertad personificada. Un ser que vive como piensa, y actúa en la vida en consecuencia con sus ideas. Se expresa sin cumplidos ni vueltas, dice y hace lo que siente sin pensarlo. Esta forma de ser le ha jugado en contra en varias oportunidades, pero no se arrepiente. Con Yupanqui tuvo varios cruces, sin embargo el propio Atahualpa lo describió en dos palabras “es auténtico” y eso lo define.
- Usted cuenta que vivió una infancia humilde y tuvo muchos oficios antes de comenzar con su carrera en bodegones de La Boca...
- Tantos oficios que parecen varias vidas metidas en una sola. A los 17 años, llegado de la isla de Alto Verde de Santa Fe, vivía en un conventillo en La Boca y buscaba changuitas; fue lavacopas, mozo de bar, cobrador de una empresa teatral, y siempre soñando con cantar. Así, se requintaba con pinta gardeliana (Gardel es su ídolo) y canturreaba en los bodegones; cuando bajaba del tablado la vitrolera, subía él y entonaba tangos, valses, rumbas, lo que le pidieran.
- ¿En qué momento hace contacto fuerte con su público, ¿los 60?
- Sí, en esa década. En 1961 tiene un despegue muy fuerte con la creación del festival de Cosquín, y en el 64 musicaliza los versos del “Martín Fierro, lo que para él es su mayor obra ; cuatro años después tuvo un pico de éxito al grabar tres LP y varios discos simples; en uno de ellos interpreta la obra del payador Martín Castro.
- ¿Podría decirse que él fue el creador del festival de Cosquín?
- Digamos que fue el creador tácito. El organizador oficial fue un hombre un tanto ajeno al folklore -se dedicaba al negocio inmobiliario- que le pasó ese encargo. Guarany entusiasmado le brindó mil sugerencias; muchas de ellas se llevaron a cabo. Siempre mantuvo un vínculo muy especial con Cosquín, un festival que se lo debemos a los grandes artistas que lo apoyaron cuando no era nada.
- No hay dudas de que mucha gente vio a Guarany a través de la idea de denuncia social y solidaridad que irradia su repertorio.
- Horacio entendió a la canción popular como un arma a través de la cual poder decir, denunciar, contar, lo que otras voces no podían. Se inició en la música con Herminio Giménez y José Asunción Flores, músicos paraguayos exiliados en Argentina, quienes lo acercaron al Partido Comunista. Horacio colaboró durante 40 años con numerosas causas, a veces pasando desapercibido por propia voluntad.
- Hablemos del tiempo de exilio, el dolor de estar lejos de su patria.
- El exilio fue para Horacio una aberración. Sufrió un despojo total de su tierra, de su gente. Lo canalizó al inicio escribiendo canciones que documentaban esos días de nostalgia. Estuvo en Venezuela unos días, en México un par de meses y casi 4 años en España, en Madrid y en un pueblito de Santander. Hospedaba en su casa a otros exiliados que llegaban; junto al actor Héctor Alterio trataban de conseguirles casa y trabajo, para lo cual armaron una red solidaria. Volvió a Argentina en diciembre del 78 y le pusieron una bomba; hasta el retorno de la democracia se dedicó a actuar en pueblitos.
- ¿Hay una distancia ideológica entre el artista que le dedicó un tema al sindicalista Agustín Tosco y el que dijo “Menen fue “el mejor presidente de los argentinos” y apoyó las leyes del indulto?
– Sí, hay una distancia abismal. Pero todo eso convive en Guarany. Él separa la ideología política de los valores, y sus valores esenciales no cambiaron nunca: honradez, honestidad, vergüenza. Pero en la política no se fija. Fue amigo de Cámpora, de Alfonsín, de Duhalde, de Menem. Quizás no supo diferenciar entre esa “amistad de asados” y lo referente a apoyar una política, o no supo diferenciarlo a tiempo. En la pared de su casa hay fotos con Osvaldo Pugliese, Pepe Mujica y mucha otra gente. Yo creo que Horacio ha rescatado de cada una de esas personas ciertos valores que trascienden sus ideologías políticas.
- Cómo explica el magnetismo que suscitan sus presentaciones?
- Siempre se brindó como artista tal cual es y por su personalidad generó grandes antinomias: amor u odio. Él dice no tener seguidores de término medio, lo aman o lo detestan. Hace 30 años que lo critican: que desafina, que ya no canta, etcétera, pero hoy día con 70 de trayectoria, aparece en el escenario con su poncho levantando los brazos y vibra el lugar. Hay gente que llora.

domingo, 10 de abril de 2016

Amelita Baltar: pasión por el tango

La excelente cantante, actriz y autora, Amelita Baltar, ofrece una clase magistral de interpretación, amor y pasión por el tango en el Café Vinilo de Buenos Aires, junto al pianista Aldo Saralegui con quien comparte escenario desde hace 14 años.
Recién llegada de Tokio, donde fue homenajeada por su espectáculo “Tangos de Piazzolla”, decidió brindar dos conciertos que muestran toda la gama de su repertorio, incorporando aquellos temas de folklore y boleros que canta en los tiempos libres junto a sus amigas, como cuando tenía 18 años. Así es como aborda varias formas de la canción popular, sin descuidar su especialidad que es el tango, género declarado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009.
La inconfundible voz de Amelita Baltar lleva 75 años vibrando y recorriendo el mundo tras medio siglo de trayectoria. Desde los míticos rincones porteños hasta países como Holanda, Alemania, Bélgica, Francia, Suiza, o Turquía, donde es considerada “la diva del tango”.
El espectáculo “De mil amores”, a modo de café concert, comenzó con unas variaciones tangueras al piano por parte del maestro Saralegui. La entrada de Amelita al escenario causó una ovación total seguida de alguna que otra risa por algunas letras impresas que venían, bailaban y venían, cayendo del atril a propósito de su entrada. El primer tango que interpretaron a dúo fue de Carlos Gardel. Amelita recordó su profunda admiración por “el morocho del Abasto” y mencionó un episodio del año pasado cuando había sido invitada al Festival de Tango de Medellín donde le pidieron algunos tangos del zorzal. Desde ese entonces, decidió meterse de lleno en emblemas del género nacional como “Volver” o “Melodías de arrabal”.
Así entre canciones y anécdotas va sucediendo su vida, la familia, los amigos… Y una carrera que nace con la aparición de su primer disco (publicado en 1968) al obtener el premio revelación en un festival marplatense y llegando a oídos del M° Astor Piazzolla, quien la convoca para protagonizar su ópera “María de Buenos Aires” compuesta junto aHoracio Ferrer. Es a partir de ese encuentro que ambos encuentran en ella la cantante ideal, por el carácter dramático de sus interpretaciones. “Con su voz misteriosa, tabacosa, sugestiva y distinta, con su temperamento y autenticidad de mujer del Buenos Aires moderno, creó una nueva manera de interpretar el tango. En su talento, nuestros temas encontraban el eco exacto que nosotros pedíamos” afirmaba el letrista que años más tarde intentaría prohibirle su participación en una nueva versión de la ópera en Japón.
Junto al dúo Piazzolla-Ferrer, formó un trío único que revolucionó el tango. Su peculiar registro de mezzosoprano y su histrionismo actoral en cada interpretación, le valieron memorables colaboraciones como “Chiquilín de Bachín”, “La bicicleta blanca”, “Balada para mi muerte”, o una versión de “Che tango che” que, a diferencia de la cruda pero intensa Milva, pudo demostrar su delicado fraseo en un francés fluido que también se hizo presente durante el concierto del domingo.
En la segunda parte del show, aprovechó para desahogarse ante la platea por las intrincadas y extenuantes letras de Homero Manzi, ironizando sobre uno de sus tangos que “se llama gota de lluvia, pero en realidad es una tormenta eléctrica”. Recordó al brasileño Vinicius con alguna que otra lágrima, y regaló un par de canciones de bossa nova, dejando como broche de oro su “Balada para un loco” con la esencia vocal y la fuerza actoral que la caracteriza. Aquella balada que interpretó por primera vez un 16 de noviembre de 1969 en el Luna Park y que por su carácter innovador, causó un revuelo entre adeptos y detractores de la vieja guardia tanguera.
Nombrada Mujer Destacada en el Ámbito Nacional en 1996, Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires en 2005 y Visitante Ilustre de Montevideo en 2014, cuenta con 17 discos en su haber. El año pasado recibió el Konex de Platino por tratarse de una de las 5 mejores cantantes femeninas de tango de la década en Argentina. Actualmente brinda conciertos en forma ininterrumpida, conduce su programa radial “El Nuevo Rumbo” en la FM porteña 92.7 (la 2x4) todos los jueves por la noche y a mediados de año presentará un CD y DVD grabado en vivo junto a la Orquesta Filarmónica del Teatro Solís de Montevideo.
Aquellos que se acerquen al Café Vinilo el próximo domingo, encontrarán no solo un dúo de grandes artistas, sino una voz surgida en ese tango que en los setenta se mezclaba con el jazz y la música académica, pero que ahora en su madurez vuelve a las raíces del tango original.

miércoles, 6 de abril de 2016

Gaby con su musical sobre Eva Perón en el aniversario de Bahía Blanca

Llega al Teatro Municipal “Tibio está el pañuelo todavía” un musical sobre la vida de Eva Perón en tiempo de tango. Será en el marco de los Festejos del 188 aniversario de la Ciudad de Bahía Blanca, el domingo 17 de abril a las 21hs.
Este musical fue escrito y es interpretado por Gaby, “La voz sensual del tango”, bajo una idea de José Valle, con la participación del pianista Víctor Volpe y los bailarines Natalia Gastaminza y Gustavo Rodríguez.
Gaby logra una íntima conexión entre el relato de la vida de Evita y las canciones. Su amplísimo margen expresivo y magnífica voz de ricos matices, se enriquecieron con una faena de maestría actoral poco común en cancionistas de tango.
Gaby da vida a una Eva de carne y hueso que poco a poco, va comprendiendo el momento histórico en el que vive, y nos ofrece también una impecable y aguda reconstrucción de los efectos emocionales que los acontecimientos históricos de esa época tuvieron sobre el pueblo argentino. Es un muy buen musical que sumerge al espectador en los episodios más escondidos de la abanderada de los humildes.
La puesta en escena es sobria, viva, de carácter altamente sugerente con pocos elementos inteligentemente aprovechados
Declarado de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura de la Nación.
Declarado de Interés Provincial y Legislativo por la Cámara de Senadores bonaerense.
Declarado de Interés Municipal por el Concejo Deliberante de Bahía Blanca.

Raúl Iriarte

Los dioses le otorgaron todos los atributos para una fama perdurable: registro de barítono, afinación perfecta, dicción impecable y pinta ganadora que supo usarla en el escenario y fuera del escenario. Como los grandes cantores, instaló algunos tangos en el catálogo del género que aún hoy se disfrutan. Me refiero a, por ejemplo, “Mañana iré temprano” y “Cada día te extraño más”, ambos escritos por Carlos Bahr.
Su época de oro fue la que vivió con la orquesta de Miguel Caló. Allí ingresó a principios de 1943 y estuvo hasta fines de 1945. Todo lo que vivirá después será como consecuencia de su paso por la formación musical que con justicia era considerada la orquesta de las estrellas, porque allí participaban derrochando su talento Carlos Di Sarli, Domingo Federico, Osmar Maderna, Armando Pontier y Enrique Mario Francini. La participación de estos músicos exquisitos en la orquesta de Caló produjo como contrapartida una crisis, el día que éstos decidieron retirarse para formar sus propias orquestas.
Sin embargo, Caló superó el momento, entre otras cosas porque contó con cantores de la talla de Iriarte, Luis Toloza o Roberto Arrieta. Cuarenta y tres temas grabará la orquesta de Caló con su participación, un repertorio que se inicia en mayo de 1943 cuando graba “Es en vano llorar”, de Oscar Rubens y Alberto Suárez Villanueva, mientras que de la otra cara figura el tango de Piana y Manzi, “De barro”, cantado por Jorge Ortiz y concluye con la grabación de un tema de Homero Expósito y Enrique Francini, “Óyeme”. En el medio hay verdaderas creaciones vocales, como es el caso de “Nada”, “Tabaco”, “Trenzas” o “Marión”.
Raúl Iriarte nació en Barracas el 15 de octubre de 1916. Aún gateaba cuando su familia se trasladó a San Isidro, donde transcurrieron sus primeros años juveniles. Se llamaba Rafael Fiorentino, pero debido a la fama del cantor de Pichuco decidió cambiar su nombre por el de Iriarte. Algún día sería interesante narrar las peripecias de estos nombres artísticos. Se dice, por ejemplo, que Juan D’Arienzo no se resignaba a aceptar que uno de sus mejores cantores se llamara José Emilio Dattoli. “Con ese apellido, en el tango no vas a llegar a ningún lado”, le dijo el maestro una noche que viajaban en un ómnibus para actuar en el casino uruguayo de Carrasco donde las funciones del “Rey del compás” eran aguardadas por multitudes. La anécdota cuenta que de pronto D’Arienzo le preguntó al chofer del colectivo cómo se llamaba: “Armando Laborde”, contestó el hombre mientras continuaba manejando. “Ya tenés nombre nuevo”, le dijo D’Arienzo a su cantor.
En el caso de Iriarte, ocurrió algo parecido. Caló no encontraba el nombre justo para el cantor que acababa de presentarle y que exhibía el apellido de uno de los cantores más famosos de la década. La anécdota cuenta que una tarde, maestro y cantor salieron de la radio, caminaban por avenida Entre Ríos y al llegar a la esquina de Belgrano, Caló vio el inmenso cartel de una tienda de ropas llamada “Casa Iriarte”. A partir de ese momento Rafael Fiorentino se esfumó en el aire.
Iriarte se inició desde muy pibe en el ambiente del tango. Según se cuenta, a los diecisiete años debutó en Radio Prieto acompañado de las guitarras de Di Savio, Durante y Deluchi. Poco tiempo después fue convocado por el maestro Mario Azerboni y luego estuvo breves temporadas con las orquestas de Edgardo Donato y Enrique Forte.

Se dice que fue Oscar Rubens el que lo presentó a Caló. Alberto Podestá acababa de dejar la orquesta para sumarse a la de Pedro Laurenz y ese vacío había que llenarlo con un cantor muy bueno que se llamará Iriarte. Después se sumará a la orquesta Raúl Berón y cuando éste se vaya con Francini, se incorporará Tolosa y luego Arrieta.
Iriarte deja la orquesta de Caló y a partir de ese momento trajinará por las radios y los escenarios de la noche porteña. La fama adquirida con Caló garantizaba el éxito en cualquier parte. En 1948 debuta en Radio Belgrano como cantor de la orquesta dirigida por Ismael Spiltanik. Y al año siguiente pasa una temporada en la orquesta del maestro Armando Lacava.
Al iniciarse la década del cincuenta, Iriarte da una vuelta de página en su historia. Para esa fecha inicia sus prolongadas y reconocidas giras por América Latina. El escenario porteño se traslada a Santiago de Chile, Bogotá, México, La Habana. Como Carlos Gardel, Charlo o Alberto Gómez, entre otros, su fama lo consagra más en América Latina que en la Argentina.
En México, los trasnochadores del cabaret El Patio disfrutan todos los fines de semana de su presencia. En esa ciudad graba con la orquesta de Luis Alvarez “Prohibido” y “Noche de locura”, temas de Carlos Bahr y Manuel Sucher. Como se sabe, para esos años y para los posteriores, el tango es más popular en Bogotá, Medellín, Cali o La Habana que en Buenos Aires, una diferencia que aún hoy se mantiene. En ese escenario tropical Raúl Iriare luce su talento y su pinta, al punto que en los programas de tango emitidos por las radios, los únicos cantores que se escuchan son Gardel e Iriarte.
Mal no le debe de haber ido con las recaudaciones, porque para mediados de la década compra un restaurante en el centro de Bogotá. A ese comedor asistirá una amplia platea de comensales más interesados en escuchar los tangos de Iriarte que en saborear los platos del menú.
Además de empresario gastronómico y cantor, nuestro héroe se dedica a promover artistas que llegan de Buenos Aires con los bolsillos flacos, pero desbordantes de ilusiones. Armando Moreno, Roberto Mancini, Juan Carlos Godoy, son algunos de sus ahijados que, fiel a su ejemplo, divulgarán el tango por las principales ciudades de la región.
En 1972 el hombre regresa a Buenos Aires y, como no puede ser de otra manera, se suma a la orquesta de Caló con quien graba “La mentirosa”, “Flores negras”, “Un lugar para dos” y “Nubes de humo”. Poco tiempo después regresa a Bogotá y en 1977 se retira de los escenarios para dedicarse de lleno a su actividad de empresario y promotor de artistas. Lejos de su patria, Iriarte muere el 24 de agosto de 1982; cerca de nosotros quedan sus tangos granados con Caló: “Flor de lino”, “Trenzas”, “Fruta amarga”, “Cuando tallas los recuerdos”, excelentes interpretaciones, algunas algo llorosas para mi gusto, pero Iriarte podía darse esos lujos porque le sobraba cancha y calidad.

Antonio Bonavena, el tío de Ringo

Antonio Bonavena debió soportar la competencia post mortem de su sobrino Ringo, que identificó el apellido con el box, cuando en la década del treinta y el cuarenta ese nombre era sinónimo de tango y tango del bueno. Antonio murió en 1960 y no conoció la fama de su sobrino y, mucho menos, su desenlace trágico. Ringo era hijo de Vicente, que también cultivaba el tango, pero, como se sabe, su hijo en lugar del bandoneón prefirió los guantes.
Don Antonio no fue uno de los grandes consagrados, pero ocupó un lugar importante, y a lo largo de su trayectoria mereció el reconocimiento de las grandes figuras del género, algunas de las cuales aprendieron el abc del tango a su lado.
A la hora de escribir una historia del tango, siempre es aconsejable saber que en este universo, como en cualquier otro, se consagran los famosos y quedan postergados, en una segunda y tercera fila, pianistas, violinistas, cantores y directores de orquesta, muchos de los cuales, además de su talento, llegaron a ser importantes en la historia del género, pero carecieron de oportunidades, no fueron constantes o ambiciosos o, lisa y llanamente no tuvieron suerte. Sin embargo, en esos espacios alejados de las luces de la gloria y la fama, muchas veces el tango jugó sus mejores partidas y quienes luego serían famosos aprendieron en esas orquestas a hacer los palotes y allí ensayaron sus primeros pasos.
Bonavena se inició como bandoneonista en 1925 en Radio Prieto. Como Corsini, Centeya y Marino, había nacido en Italia, en Calabria para ser más preciso, el 14 de marzo de 1896 y llegó a estas costas cuando tenía once años. Boedo fue el barrio de su adolescencia y juventud. Siempre lo suyo fue el tango, pero como muchos músicos de entonces incursionaba en otros géneros por exigencia del público o de las programaciones bailables. El foxtrots, la ranchera, los valses y algunos temas camperos integraban su repertorio, como lo demuestra su primera presentación en el sello Electra en 1928, cuando graba dieciséis temas, de los cuales el único tango se llama Nicanora.
Después matizará algo más su repertorio y los tangos irán ganando su lugar, sin perder nunca el objetivo de componer una música bailable. Uno de sus primeros cantores, “estribillista”, como le decían en su tiempo, será Carlos Viván que ya se había lucido como estribillista de Juan Maglio. Célebre en su tiempo por su pinta y su labia, en el futuro será el compositor de temas memorables como “Hacelo por la vieja”, “Moneda de cobre” y “Como se pianta la vida”.

La orquesta de Bonavena en los inicios de los años treinta es una de las grandes formaciones musicales de la década. Sus actuaciones en la temporada de verano en el Hotel Casino de Mar del Plata así lo atestiguan. En Buenos Aires, los principales centros nocturnos de la ciudad cuentan con su calificada asistencia. El Chantecler y el Casanova, son los cabarets preferidos por un público decidido a disfrutar de la buena música. A disfrutarla y bailarla. Precisamente, será en el Petit Salón, de Montevideo y Corrientes, cuando una noche, ahora mítica, le presenten a un pibe de dieciséis años que, según se dice, es un fuera de serie. Canchero y curtido en su oficio, Bonavena lo pone a prueba con dos tangos que sólo pueden aprobarlo los más calificados. Se trata de “Alma de bohemio” y “Milonguero viejo”. El pibe acepta la apuesta y ni bien empieza a cantar, el maestro le comenta a un amigo: “Éste es un ángel cantando”. El pibe se llamaba Roberto Rufino y Bonavena pudo darse el lujo de decir que uno de los grandes cantores de tango de la historia fue un invento suyo.
No fue ni el primero ni el último. En la orquesta de don Vicente se iniciaron o se consagraron músicos memorables. El violinista Cayetano Puglisi, por ejemplo, que en sus inicios debutó con Roberto Firpo en el Royal Pigall, que se dio el lujo de protagonizar la primera grabación de La Cumparsita, al que en su momento Firpo le dedicó una de sus creaciones “El talento”, y que por esas cosas del destino y de las necesidades de la vida encalló en la orquesta de Juan D’Arienzo, donde despilfarró su genio en obras de poca monta. Puglisi, para los iniciados una leyenda viva del tango, adquirió la plenitud de su arte al lado de Bonavena.
Algo parecido puede decirse del “Gallego” Antonio Rodríguez Lesende, considerado por muchos como el mejor cantor de tangos después de Gardel. Rodríguez Lesende había sido coreuta del Teatro Colón y antes de sumarse a la orquesta de Bonavena había paseado su excelencia por las orquestas de Julio de Caro, Osvaldo Fresedo y el célebre trío integrado por Juan Carlos Cobián, Ciriaco Ortiz y Cayetano Puglisi. El “Gallego” más ponderado del tango lució sus virtudes durante diez años en el cabaret Lucerna. Allí fue donde Troilo se presentó una noche lejana de 1937 para solicitarle que ingresara como cantor a su orquesta. Rodríguez Lesende se dio el lujo de decirle que no y ese puesto vacante lo ocupó luego Francisco Fiorentino.
Las escasas, peor no selectas, grabaciones de este cantor emblemático no son fáciles de encontrar y los coleccionistas se sacan los ojos para acceder a algunas de ellas. Una de las más disponibles es “Almagro”, el tango escrito por Iván Diez y musicalizado por Vicente San Lorenzo. La orquesta que lo acompaña en la ocasión es, precisamente, la del maestro Antonio Bonavena.
El otro cantante que se lució con Bonavena fue Jorge Omar, en su momento apadrinado por Juan de Dios Filiberto y que luego de trabajar con Bonavena, donde entre otras joyas dejó grabado el tango “Lunes” de Francisco García Jiménez y José Luis Padula, se sumó a la orquesta de Francisco Lomuto, en la que se desempeñó durante ocho años, dejando grabado para la historia temas como el tango de Miguel Oses y José Ventura, “A la gran muñeca “ y “Mala suerte”, de Francisco Gorrindo y Francisco Lomuto.
Acompañando al fueye de Bonavena, estuvo en más de una ocasión Francisco Scorticatti, considerado por el crítico Oscar Zucchi como el mayor exponente de la técnica bandoneonística de la historia del tango. Por su parte, los pianistas de Bonavena fueron de lujo. Empezando por el rosarino Orestes Cúfaro, amigo de Gardel, pianista de Azucena Maizani y Tita Merello, y continuando con Manuel Sucher, otro de los grandes pianistas de su tiempo. El periodista y escritor Julio Nudler menciona a Sucher en su excelente libro “Tango judío”. Además de pianista, Sucher se destacó como compositor. “Qué me importa tu pasado”. “En carne propia” y “Muriéndome de amor”, son, por ejemplo, obras de su autoría. El otro pianista digno de destacar fue José Tinelli, compositor del tema escrito por Enrique Cadícamo, “Por la vuelta”. Por último, cómo no hablar del bandoneonista Gabriel Clausi, fogueado al lado de Roberto Firpo. Juan Canaro, Francisco Pracánico y Pedro Maffia.
Bonavena se destacó también como compositor. Pertenecen a su autoría, entre otros temas, “Pájaro ciego”, “Mala racha”, “Arlette”, “Pordioseros” y el vals “Llanto de madre”. Al poema de Francisco Gorrindo, “Disfrazate hermano”, él le puso la música. Cito su primera estrofa de memoria. “Disfrazate hermano que ha llegado el día, de olvidar la pena que te tiene mal, cambiá tu tristeza por esa alegría que hoy nos da la vida con su carnaval”.