sábado, 25 de abril de 2015

La biografía de Carlos Di Sarli se presentará en la 41 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

El recuerdo de CARLOS DI SARLI estará presente en la 41 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, a realizarse en La Rural, Predio Ferial del barrio de Palermo desde el jueves 23 de abril hasta el lunes 11 de mayo.
El 01 de mayo a las 14 hs en el Stand N° 1502 (PABELLÓN AMARILLO) de la Sociedad Argentina de Escritores, los autores firmarán ejemplares de la segunda edición de la biografía “CARLOS DI SARLI, El Señor con Alma de Niño” de Eduardo Giorlandini, Gabriela Biondo y José Valle, editada por "En un feca" en el año 2012. Este ejemplar ha sido récord de ventas de la editorial y sigue proyectándose como un libro que todos los tangueros querrán tener en su biblioteca.
Hubo un hombre nacido en Bahía Blanca que trascendió todas las fronteras geográficas y temporales con su forma de hacer tango.
Un hombre como cualquier otro que sin embargo fue merecedor de apodos envidiables como “Señor”, “Don” o “Maestro”. Un hombre exitoso que por su gran talento sufrió el agravio de los ineptos. Un hombre conocido por todos pero comprendido por pocos que guardó en lo más profundo de su alma los dolores del mundo y se reservó íntegro para entregarse a sus afectos más preciados.
Todos conocemos su nombre y su obra, pocos conocemos que se ocultaba detrás de sus infaltables anteojos oscuros.
Este libro intenta develar al hombre con alma de niño que habitaba en el cuerpo de Don Carlos Di Sarli, el eterno Señor del Tango.
La Feria estará abierta para todo público hasta el lunes 11 de mayo, feriados inclusive, de lunes a viernes de 14:00 a 22.00 y sábados, domingos y feriados de 13:00 a 22:00. De lunes a jueves la entrada tendrá un valor de $35; viernes, sábados, domingos y feriados $50.

ANGEL "EL PAYA" DIAZ

Fue un gran cantor que, curiosamente, tuvo su principal hinchada entre los propios colegas. Un poco lo que le pasaba a Salgán, con quien estuvo desde fines de 1950 hasta 1956. Las discográficas no creían en esta formación, la tildaban de antipopular y poco atractiva para los bailarines, y por eso se perdieron de grabar con ella, cantores como Edmundo Rivero y Carlos Bermúdez.
Precisamente fue Ángel Díaz el primero que registraría su voz con la orquesta, en el tango de Rafael Rossi y Antonio Miguel Podestá: Como abrazado a un rencor.
Anteriormente, había debutado con Florindo Sassone, donde Jorge Casal era patrón y soto del momento por sus cualidades canoras. Díaz, que apenas contaba 19 años, sólo dejó grabado el tango Quimera.
En 1949 da un paso gigantesco en su carrera cuando ingresa en la formación de Alfredo Gobbi, haciendo yunta con Jorge Maciel. Tuvo muchos roces por motivos que nunca pude averiguar e incluso le pregunté alguna vez a Gobbi qué había pasado con Ángel Díaz, pero, muy caballesco como siempre, no quiso ahondar en las mismas. Por eso sólo dejó dos grabaciones, aunque antológicas: ¿Por qué soy reo? y No la traigas. Y a dúo con Maciel, el vals Tu amargura.
Lo apodaron el Paya debido a la condición de payador de su padre, como herencia apocopada de un destino de trovador. Nació y vivió en la calle Traful, de su barrio de Nueva Pompeya, donde supo hacerse de una fervorosa barra de amigos que lo siguieron a todas partes y lo alentaron en todo momento. Y donde lo crucé algunas veces cuando visitaba el negocio de un amigo en la zona.
Él fue uno de los impulsores para que Salgán incorporara a Roberto Goyeneche a su orquesta, donde fueron compañeros e intimaron en trasnoches de vino y rosas. El Polaco no se cansó nunca de alabarlo y reconocer su débito con el Paya, por los lazos fraternos que les unieron y los consejos jóvenes que supo recoger del mismo. Me decía un día Antonio Carrizo que Ángel Díaz fue el maestro del Polaco, pero nunca me afilié a esa teoría, porque Goyeneche ya traía en sus entrañas el bagaje que lo convertiría en maestro total. Pero evidentemente El Paya lo ayudó a subir un escalón.  Lo cierto es que ambos destilaban perfume de tango y produjeron altos dividendos estéticos.
Como un final de tragedia griega, mientras ensayaba su inminente actuación en los camarines de la Sala Casacuberta del Teatro General San Martín, murió ayer, a las dos de la tarde, dell 11 de diciembre de 1998Angel Paya Díaz, un cantor de rancia estirpe tanguera. Lo derrumbó un infarto, instantes antes de subir al escenario, para sumarse a los festejos del Día Nacional del Tango. Formal, prolijo, profesionalizado hasta la obsesión, ensayaba como si se tratara de un debut y era una despedida.A ese hombre menudo y ascético, generoso hasta el desborde, le sobraron los éxitos, las penas y los amigos. En la pesada siesta de ayer hubiera cantado Ventarrón, uno de los tangos al que impuso sello propio, con la decoración de la pareja de baile Angel-Micaela. Precisamente el bailarín y el cantante Norberto Roldán, que integraban el cuadro, intentaron auxiliarlo cuando su caliente corazón había dado el basta.En l945, Angel Díaz, un muchacho de barrio, cumplimentaba su sueño de cantor, integrándose a la orquesta de Florindo Sasone. De allí, rebautizado ya como Paya, parte hacia la formación de Alfredo Gobbi, pero su consagración definitiva la conseguiría en l950, con la mítica orquesta de Horacio Salgán. Conoce allí a quien sería compañero inseparable de la vida nochera, Roberto Goyeneche: innumerables testimonios dejó el Polaco de su admiración por su maestría para los fraseos. Fue un personaje entrañable, dueño de antiguas costumbres de barrio que abrían puertas al afecto. Coleccionó amigos, algunos de larga fama, como Vittorio Gassman, Omar Sharif o Marcelo Mastroiani, infaltables en el abrazo en cada paso por Buenos Aires.

viernes, 24 de abril de 2015

HOMENAJE A MARCELO GUAITA EN EL PORTEÑISIMO BARRIO DE FLORES

M. Guaita
El próximo viernes 01 de Mayo a las 20 hs en el Bar Cultural Criterio de la calle Varela 503 (Varela y Tandil) del porteñísimo barrio de Flores de la Ciudad de Buenos Aires, el reconocido Ciclo “Bahía Blanca No Olvida” entregará una distinción a la trayectoria al destacado periodista y conductor radial Marcelo Guaita, en el marco del espectáculo “Mujeres de Tango” con producción y dirección del pianista Mario Valdéz en el que intervendrán Luz Cubillas, Claudia Scilingo, Beatriz Gabet, Carina Galé, Gabriela Di Salvo, Rita Parodi y Gaby “La Voz Sensual del Tango” como invitada especial. La distinción será entregada por José Valle, coordinador del Ciclo cultural bahiense y Director del Festival Nacional de Tango Carlos Di Sarli de Bahía Blanca.
Marcelo Guaita 
 nació en Buenos Aires el 19 de Noviembre de 1938, es creador y responsable de “La Fonola”, programa de radio que se emite por radio de la Ciudad de Buenos Aires FM 92.7 “La 2×4”. En la misma emisora conduce de lunes a viernes el ciclo “2xGuaita”. Desde 1973 ha recorrido Latinoamérica llevando espectáculos de tango de jerarquía por distintos países y ciudades, interviniendo en programas de radio y TV y obteniendo diversas distinciones en ciudades como Bogotá, Medellín, Caracas, Quito, La Habana, Lima, Santiago de Chile, Guayaquil, Washington y Japón. Fue productor de Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Horacio Deval, Floreal Ruiz, Hugo del Carril, Alberto Marino, Nelly Vázquez, Roberto Goyeneche, Alberto Podestá, Virginia Luque, Roberto Pansera, Carlos Marzán, Dany Martin, Juan Verdaguer, Suma Paz, entre otros. Fue convocado por Leonardo Favio para su película “Aniceto” y participó, además, en las películas “Los guardianes del ángel” y “Pichuco”.
Gaby

Produjo diez discos compactos con “Las joyas de la Fonola” que reúnen verdaderos hallazgos del género y tomas radiales. Realizó doce especiales de “La Fonola TV” por el año del Bicentenario emitidos por Crónica TV y canal “Sólo Tango” y presentó su libro “Mis historias con el tango y otras macanas” con gran éxito y actualmente está escribiendo su segundo libro;
M.Valdéz
A a lo largo de su trayectoria ha obtenido en Argentina los siguientes galardones: “Estrella de mar” a Mejor Show Musical durante siete temporadas consecutivas (1989-1996) por sus espectáculos de temporada alta en Mar del Plata. “Martín Fierro” 2001, 2004, 2007 y 2009 en Radio Nacional. “Martín Fierro” 2010 por su programa “La Fonola” en “La 2×4”, radio de la Ciudad de Bs. As. Distinción de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2004) Distinción al quehacer cultural de la Academia Nacional del Tango (2005) Premio “Raíces” a la Trayectoria (2007) Distinción de Radio Nacional por el Programa “La Fonola” (2008) Premio otorgado por Argentores “Telémaco Susini” (2009) Distinción “Orden del Porteño” otorgado por la Asociación Gardeliana (2010) “Orden del Buzón” otorgado por el Museo Manoblanca Distinción del Ciclo “Generaciones” 2012 Distinción “Tangomanías” a la trayectoria (Rosario) Reconocimiento a la Trayectoria extendida por el Centro de Estudios de la Cultura Popular Argentina (CEDICUPO) en el Congreso de la Nación Argentina (2013);

domingo, 12 de abril de 2015

Osvaldo Tarantino

Quienes estudiaron su obra, despareja pero excelente, repiten una de sus frases célebres: “Mi mano izquierda está desarrollada dentro de los conceptos jazzísticos, mientras que con la derecha mantengo la esencia del tango”. Algunos sostienen que lo dijo en broma; otros aseguran que nunca habló con tanta seriedad. Palabras más, palabras menos, lo cierto es que el jazz lo marcó desde muy joven, concretamente a partir de las influencias de Art Tatum, Eddie Duchin y Teddy Wilson, pero algo parecido podría decirse de la música clásica en cuyos acordes se formó en su hogar gracias a las enseñanzas de don José, su padre, que dicho sea de paso, dirigía un conservatorio musical en Valentín Alsina.
Continuando con las referencias personales, todavía guardo en mi discoteca el long play grabado en 1977 acompañado por músicos de jerarquía como fueron, entre otros, Julio Ahumada, José Bragato, Quicho Díaz y Arturo Schneider. En la cara A del disco lo acompaña a Néstor Fabián, mientras que en la otra cara interpreta seis temas instrumentales: “Buenos Aires hora cero”, “Adiós Nonino”, “Demoníaco”, “Atávico”, “Para Gracián” y “Calle rara”, los cuatro últimos de su autoría. También recuerdo su composición de “Madera y cartón”, con letra de su amigo Mario Valdez: “Casitas de chapa, madera y cartón, y un tango en la radio vendiendo emoción”.
Osvaldo Tarantino Irazusta nació en el barrio de Almagro -calle Loria 1969- el 6 de junio de 1927. La música estaba en su casa y alguna vez declaró que primero escuchó a Chopin y después llegó el tango. Al piano se le animó con pantalones cortos y en otro momento se le animó al bandoneón y guitarra. Digamos que la música a Tarantino lo acompañó desde siempre. Su padre lo inició y le dio los primeros consejos respecto a la responsabilidad de un profesional: estudiar en serio. Seguramente ese consejo estuvo presente cuando decidió tomar lecciones de armonía y contrapunto con el maestro Bianchi.
En los años cuarenta el pibe Tarantino se entrevera con algunas de las grandes orquestas de esa década privilegiada del tango. Pedro Maffia, Argentino Galván y Edgardo Donato lo contaron en sus filas. Las crónicas de la época registran su presencia en “Los pregoneros de América”, formación en la que se destacaban los músicos Amílcar Neira y su suegro, Tito Vila.
Digamos que el joven Taranta -como le decían algunos de sus amigos- fue rindiendo en esos años todas las asignaturas que se exigen para consagrarse como un grande en un género competitivo y exigente. Después llegaron las giras por el mundo. A Japón viajó con Juan Canaro y allí se quedaron nueve meses. Con Héctor Varela anduvieron por Estados Unidos, Colombia y Venezuela, donde se quedó una temporada. De regreso a Buenos Aires se relacionó con Piazzolla e integró su sexteto. También estuvo con Alberto Marino, Néstor Marconi, Alfredo Gobbi y grabó con Osvaldo Berlingieri. En algún momento compartió escenarios con Roberto Caló con quien grabó temas como “En Fa menor”, “Sacale chispa”, “Este fiel corazón” y “Si yo pudiera olvidarla”.
En 1962 integra junto con la guitarra de Ernesto Báez y el fueye de Toto Rodríguez, el trío “Los tres ases de Buenos Aires”.
Sus últimas presentaciones las realizó en el célebre café Homero. Según un cronista, en ese templo del tango, y acompañado de café, whisky y cigarrillo, el Taranta dictó cátedra de tango a un público selecto y devoto de sus enseñanzas. En esos años se dio el lujo de ser solicitado como pianista de cantantes como Jorge Sobral, Alba Solís y el gran Alberto Marino
Alguna vez decidirá ser otro y grabará para el sello Cabal tangos con ritmo ligero y vendible bajo el nombre de Pierre Montand. Algunos lo criticaron, otros lo justificaron, pero queda claro que a la hora de hacer concesiones el hombre decidió esconderse detrás de otro apellido. De todos modos, el gran disco testimonial para las nuevas generaciones recién llegará en 1994 gracias a la iniciativa recopiladora del sello Melopea: “Osvaldo Tarantino, solo de piano, tango en vivo”. Sus seguidores pudimos disfrutar de ese disco, pero él no, porque había fallecido el 10 de septiembre de 1991

Jorge Sobral, una de las voces más salientes del tango surgidas en los '60

Dueño de una trayectoria impecable y de una voz grave, varonil y siempre joven, Sobral comenzó a cantar a los ocho años con la orquesta de Fermín Valentín Favero (el padre de Alberto), y su primera actuación fue en el Club San Martín de La Plata, su ciudad natal.
Nacido el 25 de agosto de 1931, Edelmiro Sobredo -su verdadero nombre- fue considerado como uno de los cantores más relevantes de la música ciudadana. Se caracterizó por ser cantor solista, pero también por haber actuado en grandes orquestas como la de Mario De Marco, Enzo Bardero, Mariano Mores y Astor Piazzolla.
Sobral siguió activo estos últimos años, manteniendo intacta su calidad interpretativa, a tal punto que hasta amplió su registro y subió de tonalidad, según había confesado.
Su repertorio incluía un amplio abanico que abarcaba temas como "Con los botines cambiados", "Siempre parí", "Pan", "Paparula" y "En el reino de Dios".
A lo largo de su carrera se desempeñó como cantor en el exitoso ciclo televisivo "Yo soy porteño". En su haber se cuenta la grabación de la "Marcha de la Armada", marcha oficial de la Armada Argentina, creada por Alberto Soifer y M. Romero, que vocalizó junto a la banda dirigida por Martín Darré.
Uno de los momentos más significativos de su carrera fue cuando en 1969 ganó un concurso con el tema "Hasta el último tren" (de Julio Amaro y Julio Camilione), acompañado por la orquesta que dirigía Horacio Salgán.
También demostró su costado actoral -de chico hacía teatro independiente en La Plata- y se desempeñó en una decena de películas, entre las que cuentan "Che, Ovni" (1968), "Ritmo, amor y juventud" (1966) y "Las locas del conventillo (María y la otra)" (1966).

martes, 7 de abril de 2015

Una mágica noche se vivió con “La novia de America” en el Teatro Municipal de Bahía Blanca

El comienzo de los festejos del 187 aniversario de Bahía Blanca comenzaron el pasado sábado 4 de Abril en el principal coliseo de la ciudad, el legendario Teatro Municipal, con el Musical "La Novia de América" interpretado por Gaby La voz sensual del tango acompañada musicalmente por el piano de Víctor Volpe y los bailarines Natalia Gastaminza y Gustavo Rodríguez.
Ante un auditorio colmado, la bella morocha bahiense dueña de la escena y del personaje, brindó un show único e inigualable narrando los momentos más emblemáticos y memorables de la vida y obra de Libertad Lamarque.
La selección musical es fantástica y de exquisito buen gusto, recorre todos los ritmos abordados por la novia de América durante su carrera. Gaby, en absoluto estado de gracia vocal, dio su versión del repertorio de Libertad Lamarque que no se sabe bien si fue una interpretación o una clase práctica para estudiantes de repertorio. Su impactante fraseo y su prestancia escénica hacen que su desempeño sea impecable: pleno dominio de la voz desde el grave al extremo agudo, uso expresivo de una bellísima mezza voce, buen volumen vocal y una entrega dramática total. La sensual morocha bahiense tiene la virtud de bucear en el personaje, descubrirle nuevos matices y no caer en la imitación de la gran Lamarque, sino dar su propia y muy sentida versión.
Picos altísimos de emoción se registraron al ir desgranando la vida privada de Libertad, especialmente la relación con sus padres, su hija y su amor de toda la vida: Alfredo Malerba.
Fue ovacionada de pie por la sala premiando una actuación que uno se sentiría tentado de decir consagratoria si no fuera porque ella ya está consagrada hace mucho.



Fotos: Diego Pitiot

lunes, 6 de abril de 2015

Osmar Maderna

El café Marzotto de calle Corrientes fue el escenario de grandes orquestas y cantores de los años cuarenta.
 En el palco ubicado al fondo del salón, actuaron Troilo, Caló y debutó Floreal Ruiz. Fue allí donde se presentó por primera vez Osmar Maderna con su flamante orquesta constituida poco tiempo después de que se separara de Miguel Caló, con quien había conformado la célebre “orquesta de las estrellas” a la que había ingresado en 1939 en reemplazo de Héctor Stamponi.
Para 1946 Maderna ya era una personalidad artística reconocida por los mejores músicos de su tiempo. El fraseo de su piano, sus clásicas notas agudas en los acordes finales, sus fantaseos solos, fueron la marca distintiva de un estilo elegante, sugestivo y discreto, un estilo ubicado en las antípodas del de Juan D’Arienzo o Alfredo De Angelis, pero también ajeno a cualquier aspiración sinfónica .
Osmar Maderna nació en la localidad bonaerense de Pehuajó en 1918. Su padre tocaba el acordeón y siempre apoyó las aspiraciones musicales de su hijo. Se dice que a los once años ya integraba una orquesta local. Su profesora de piano, la que lo inició en el arte del teclado se llamaba Leonilda Lugones de Azcona. “Todo lo que sé se lo debo a ella”, declaró años después en una revista de moda. A los quince años se recibió de profesor de piano y a los dieciocho viajó a Buenos Aires acompañado por dos amigos, los violinistas Aquiles Roggero y Antonio Cipolla.
En la gran ciudad deambuló durante algunos meses en bares y cafetines de mala muerte. En algún momento entró a trabajar como solista en Radio Callao y meses más tarde integró la orquesta de Lolo Fernández gracias a una recomendación del cantor Armando Moreno. El milagro, como el mismo lo calificara, se produjo cuando ingresó a la orquesta de Miguel Caló. Allí se inició de hecho la carrera profesional de uno de los músico más singulares de la década del cuarenta.
En esa orquesta Maderna alternó con Domingo Federico, Eduardo Rovira, Enrique Mario Francini y Armando Pontier, es decir se pone a prueba al lado de los mejores músicos de su tiempo. En ese ambiente pronto se destaca por su talento y por la originalidad de sus interpretaciones y composiciones. En la célebre “Orquesta de las estrellas” graba alrededor de 80 temas, algunos de su autoría y otros en compañía de estos grandes músicos. “Sans Soucí” e “Inspiración” fueron los más notables.
Su relación con los músicos se extiende luego a los grandes poetas del tango de la década: Enrique Cadícamo, José María Contursi, Cátulo Castillo, Homero Expósito y Julio Jorge Nelson, a quien musicaliza su poema “Margarita Gauthier” inspirado en la novela de Alejandro Dumas o, para ser más preciso, en la película que se proyectó en Buenos Aires en 1931.
En 1946 Maderna se desvincula de Caló y constituye su propia orquesta Sus actuaciones iniciales en el café Marzotto continúan luego en la Confitería Rucca. El escenario nocturno lo comparte con la “Santa Paula Serenades” dirigida por Raúl Sánchez Reynoso. Para esa misma época graba en el sello “Sandor” de Montevideo temas como “Margó”, “Viejo calavera” y “Chiqué” Ya para entonces lo acompaña uno de los cantores distintivos de su orquesta: Orlando Verri. No será el único. Más adelante se sumarán Luis Tolosa, Pedro Dátila, Mario Corrales, Adolfo Rivas, Carlos Aguirre, Carlos Aldao y el gran Héctor de Rosas, quien después será el cantor de la primera orquesta de Astor Piazzolla.
Del estilo de Maderna se suele decir que es algo así como un anticipo de Piazzolla. Si en algo se parecen es en el esfuerzo por renovar al tango. Piazzolla como Maderna son vanguardistas, pero allí empieza y termina la semejanza. En realidad, Maderna está más cerca del mejor Mariano Mores que de Piazzolla. Como todos ellos se esforzó por fusionar el tango con la música clásica. No en vano llegó a ser calificado el Chopin del tango, aunque además de las influencias del célebre autor de tantos valses, Maderna estuvo interesado por Listz y Rimsky Korsakoff, a quien homenajeó interpretando en 1946 “El vuelo del moscardón” en clave de tango.
Maderna, Mario Pomar, taqueando y Pedro Dátila

Maderna dirigió su propia orquesta durante cinco años. Grabó 56 temas y allí está lo más representativo y original de su obra. Entre esos temas merecen destacarse entre otros: “Fantasías en tiempo de tango”, “Lluvia de estrellas”, “Concierto a la luna”, “El elegante”, “Loca bohemia”, “Qué noche”, “En tus ojos el cielo”, “Escalas en azul”, “La noche que te fuiste”, “Volvió a llover”, “Rincón de París”, “Cuento azul”, “Lirio”, “Amor sin adiós” y “Rouge”. El primer tema grabado por la flamante orquesta es “Margó”, el poema de Homero Expósito interpretado por Verri. También de Expósito es “Te llaman pequeña” su tema fetiche, con el que iniciaba y concluía sus presentaciones. Otro de los temas destacados es “Tarde gris”, un tango que Gardel había interpretado en 1930 y que Maderna graba en 1946 acompañado por la voz afinada de Pedro Dátila.
Como todo vanguardista, Maderna no fue un músico de multitudes, pero fue muy respetado por sus colegas y muy considerado por la crítica especializada. Los temas que impuso adquirieron fama internacional. “Te llaman pequeña” fue cantado, entre otros, por Pedro Vargas. “Lluvia de estrellas”, figuró en una película de Walt Disney. Y “Concierto a la luna” fue interpretado, entre otros, por Paul Whiteman.
Maderna murió a los 33 años en un accidente de avión. Como Gardel, ganó la inmortalidad en una tragedia aérea. En marzo de 1951 había obtenido el brevet de aviador. Un mes después se mató junto con su acompañante Ernesto Rodríguez en el límite de Lomas de Zamora. Ya se retiraba del aeródromo cuando un amigo lo desafió para hacer unas pruebas en el aire. Su esposa -Olga Mazzei- intentó disuadirlo, pero fue en vano.
Osmar Maderna murió en su hora de esplendor, cuando el futuro se abría generoso a su talento e inspiración. Especular sobre su destino artístico es innecesario. Basta con prestar atención a lo que hizo en esos pocos años para concluir que más allá de los avatares de la suerte, su proyecto estético estaba cumplido. Muchos años después el “Sexteto mayor” rendirá homenaje al maestro incorporando a su repertorio “Lluvia de estrellas”.
Su amigo Aquiles Roggero, reconstituyó la orquesta que se mantuvo fiel a su estilo. Se llamó la “Orquesta Símbolo Osmar Maderna”. Roggero compuso en su homenaje “Notas en el cielo”, un título digno de Maderna, porque sus composiciones insistían con las estrellas, la luna, el cielo y sus diferentes tonos de azul. Era la suya una música que parecía llover del cielo, como dijo un crítico, aunque nadie imaginaba que esa obsesión poética por las alturas iban a ser el anticipo de la tragedia real.

Aníbal Troilo (11/7/14 - 19/5/75)

Aníbal Troilo nacio el 11 de julio de 1914, en la calle Cabrera 2937, entre Anchorena y Laprida, es decir, en pleno barrio del Abasto pero se crió en Palermo. Su padre murió cuando "Pichuco" tenía 8 años y su vocación por el "fueye" despertó cuando todavía cursaba la escuela primaria, años despues comentaría "Mi viejo era carnicero y murió cuando yo tenía ocho años... A los diez, el fueye me atraía tanto como una pelota de fútbol. Jugaba de centrojás en el Regional Palermo. La vieja se hizo rogar un poco, pero al final me dio el gusto y tuve mi primer bandoneón: diez pesos por mes en catorce cuotas. Y desde entonces nunca me separé de él".
Una tardecita de 1928, un gordito retacón, con ojos de japonés, bajó del tranvía 31 y encaró para el lado de la calle Soler, en la frontera sur de Palermo Viejo con el Abasto y Almagro. El pibe venía del Carlos Pellegrini, del colegio. En la esquina, lo pararon los amigos: el jorobadito Goyo, Duve, el flaco Cutaro, Luisito el peluquero... "¡Dogor! –le gritó el jorobadito- ¿te querés ganar unos mangos? Te conseguimos una actuación en el Petit Colón".
El fue al tango, como instrumentista, lo que Carlos Gardel a su interpretación cantada.
Así empezó la historia. El gordito retacón con ojos de japonés tenía 14 años, los pantalones cortos y todo el barrio adentro. Se llamaba Aníbal Carmelo Troilo.
Ejecutante de bandoneón, justamente el instrumento símbolo del género, su apodo familiar de "Pichuco" trascendió a la sociedad y coexistió armoniosamente con el artístico de "El Bandoneón Mayor de Buenos Aires", según lo bautizara el poeta lunfardo Julián Centeya.
Varios factores contribuyeron a hacer de Troilo un mito viviente: su manera de tocar "hacía hablar" al bandoneón en los fraseos, del mismo modo que la trompeta de Louis Armstrong "enseñaba" a cantar jazz a sus contemporáneos. Pero además, Troilo fue un melodista inigualable, cuyo talento para la composición quedó registrado en temas como los que escribió para letras de Homero Manzi ("Barrio de tango", "Sur", "Discepolín", "Che Bandoneón"), o de Cátulo Castillo ("María", "La última curda") o en su "Responso", a la muerte, justamente, de Homero Manzi, en 1951. Fue un tío llamado Juan Amendolaro quien le impartió las primeras nociones de ejecución de bandoneón. Y ya en 1926, con apenas 12 años, estaba tocando en un festival benéfico del Petit Colón, un cine de su barrio. Nunca más se bajó de las tablas. Por su orquesta pasarían, entre una larga constelación de grandes, un joven bandoneonista marplatense llamado Astor Piazzolla, a quien distinguió prontamente con la confianza que el director dispensa a quien se convierte en su arreglador, y a quien solía hacer una sola recomendación: "La gente tiene que bailar, no perdamos el baile, si perdemos la milonga, sonamos". 

Muchos años después, ese mismo Troilo, ya devenido en "Pichuco", fue a visitar a Enrique Santos Discépolo, que entonces vivía en La Lucila. Se quedó a cenar y cuando la sobremesa se alargaba, Discépolo lo llevó a los fondos de la casa para que viera el jardín que él mismo cuidaba. De repente, le preguntó:
¿Cómo estás?
Bien – le contestó Pichuco.
¿Qué vas a hacer?
No sé.
¿Sabés lo que tenés que hacer?
No.
Nada.
Para Discépolo, Pichuco, ya había hecho todo. Pero, se equivocaba, le quedaba por ejemplo, envolver en melodías los versos de "Discepolín", escritos por Homero Manzi. O los de "A Homero", "Desencuentro" y "La última curda", que hizo Cátulo Castillo. Cuando murió Manzi, una noche lo sintió dentro de él. Estaban jugando al Bacarat en su casa cuando se levantó de la mesa y se fue a otra habitación para componer de un tirón "Responso", una elegía que está entre los tangos más grandes de todas las épocas. Lo grabó y no quiso tocarlo nunca más. Cuando el público lo obligaba, accedía, pero se desgarraba por dentro.
Fue autor de 60 tangos. Todos inolvidables. Sus músicos decían que llevaba al tango en la piel. Tocaba como bailaban los bailarines de antes, resbalando sobre el piso encerado. Eso no se lo enseñó nadie, porque eso no se aprende sino que se trae en el alma. Es necesaria una sensibilidad muy especial y Troilo la tenía, por eso fue lo que fue.
Sus sucesivas formaciones orquestales no sólo incorporaron a cantores insignes -Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Elba Berón, Nelly Vázquez- sino a instrumentistas prestigiosos, auténticos paradigmas del género: los pianistas Orlando Goñi, José Basso, Carlos Figari y Osvaldo Berlingieri; los bandoneonistas Astor Piazzolla, Ernesto Baffa y Raúl Garello; los violinistas Hugo Baralis, Salvador Farace y Juan Alzina; el cellista José Bragato... Como siempre sucede, los artistas que logran aquerenciarse en el espíritu ciudadano son humildes de alma, desdeñan los oropeles del éxito y disfrutan el regocijo que sólo proporcionan "esas pequeñas cosas".
Remolón, parsimonioso, "fiaca" confeso, Troilo se volvía frenético cuando lo asaltaba la inspiración o cuando sus kilos de más y la jaula sobre sus rodillas conjugaban un solo cuerpo de pasión tanguera.
La gente le tenía cariño, siempre lo reconoció; y él siempre decía: "Los que caminan al bardo, como yo, siempre quieren a los que les hacen bien". Al bardo, para él, era caminar sin ton ni son. Los que lo conocieron muy de cerca afirman que un hijo podría haberle cambiado la vida. Pero, no lo tuvo, siempre se jactó de su amor por la noche. Un día, entró a una Iglesia y discutió con el párroco que pretendió darle un sermón. "El recién tenía treinta años y me quería enseñar a vivir a mí, justo a mí, que me pasé la vida en la calle, a los golpes con la vida, con la gente y conmigo mismo, porque yo siempre fui mi peor enemigo. Pichuco fue el peor enemigo de Aníbal Troilo".
Solía cerrar los ojos cuando tocaba y nunca supo explicar porqué. Si lo apuraban, decía que era porque, posiblemente, se sentía dentro de sí mismo. Era así, parecía que se dormía sobre el fueye. Los aplausos lo despertaban. Entonces, comprendía que todo había sido en vano, que nunca había estado solo.
Víctima de un derrame cerebral y de sucesivos paros cardíacos, Pichuco murió el 19 de mayo de 1975 en el Hospital Italiano, pero aún hoy su recuerdo promueve un reverencial sentimiento de porteñidad.


Alfredo Attadía: entre el éxito y el exilio

El 30 enero de 1982, Alfredo Adolfo Attadía falleció en Venezuela, donde estaba radicado desde 1955. Por su calidad interpretativa del instrumento, fue apodado ‘El bandoneón de oro’. Había nacido el 9 de enero de 1914 en San Martín, provincia de Buenos Aires. Estudioso del fueye, su principal característica fue un fraseo milonguero, de gran fuerza interpretativa. Debutó a los 17 años con una orquesta de señoritas en la Confitería París de su ciudad natal. Luego se integró a la formación dirigida por el violinista Alberto Pugliese, hermano de Osvaldo. Al poco tiempo, junto a un joven Alfredo De Ángelis formaron la Típica Florida y, en 1933, se integró al sexteto de Alfredo Gobbi, teniendo de compañeros al ‘pibe’ Aníbal Troilo, a Orlando y José Goñi y al contrabajista Agustín Furchi. Continuó después con la orquesta de Ricardo Malerba y, posteriormente, acompañó a un profesional del canto: Aldo Campoamor. Se encontraba haciendo un relevo en el conjunto del pianista Nicolás Vaccaro, cuando fue convocado por Rodolfo Biagi a su flamante orquesta. Allí compaginó sus primeros arreglos musicales. 
Prosiguió su ascendente carrera y, en 1939, tuvo un paso fugaz por la orquesta de Armando Baliotti como primer bandoneón de una notable línea de fueyes: Argentino Galván, Armando Blasco y Eduardo del Piano. Se produjo su consolidación definitiva y la consagración ante el público, cuando fue reclamado por Ángel D’Agostino para integrar su conjunto, como principal bandoneón y arreglador. El cantor era el incomparable Angelito Vargas y por esa orquesta pasaron músicos de la talla de Eduardo del Piano, Mario Perini, Víctor Félice, Alberto del Bagno, Francisco De Lorenzo, Víctor Braña, Domingo Mattio, Alberto del Mónaco y el paranaense Rubén Bordatto. . 
 En menos de una década, Attadía ya había acumulado méritos y conocimientos como para proyectarse solo, en un momento en que se venía la Década de Oro del tango. Con ese propósito, tanto él como Ángel Vargas, se desvincularon de D’Agostino para formar rubro propio. Esta sociedad musical fue breve; a los pocos meses el cantor volvió con el gran pianista, en tanto que Attadía se quedó con los músicos. En Montevideo actuó durante un año y al regreso realizó distintas presentaciones con sus nuevos cantores: Ricardo Gómez y Alberto Ortiz. En 1947, incorporó a un cantor en ascenso: Héctor Pacheco, luego de su paso por la orquesta de Pedro Maffia. Debutaron en Radio El Mundo y en el famoso cabaret Chantecler. Ingresó después para el dúo vocal, Jorge Beiró. 
Recién surgido de las urnas, Alfredo Attadía se indentificó inmediatamente con el gobierno popular del coronel Juan Perón. En 1948, fue convocado por el sello discográfico Lince y registró, con la voz de Pacheco, el tango ‘Descamisado’, de Antonio Helú y Enrique P. Maroni, y también la marcha de Sebastián Piana y Maroni: ‘Peronista’, alternando con la grabación de dos clásicos del género: con Pacheco ‘Milonga para Gardel’ y, con Jorge Beiró el tango ‘Senda florida’, ambos para el sello Odeón. Luego de estas grabaciones, Héctor Pacheco se retiró en desacuerdo con la incorporación de Beiró. El lugar fue ocupado por el exitoso Armando Moreno, quien en su paso por la orquesta de Attadía dejó grabado los tangos: ‘Araca corazón’, ‘El Yacaré’ y ‘Las cuarenta’. 
. Las actuaciones fueron cada día más notables, en sus ciclos en Radio Belgrano, en el Dancing Ocean y en el cabaret Moulin Rouge. Una nueva convocatoria del sello Pathé, fue la confirmación del bien ganado prestigio de Alfredo Attadía. También Montevideo fue testigo de su gran momento, al actuar en el histórico café El Ateneo. Al retirarse Armando Moreno ingresó otro gran cantor, Enzo Valentino, desvinculado de la orquesta de Domingo Federico. Grabaron el popular tango de Herminia y Juan Velich, que Enzo ya lo había registrado con Federico: ‘Cualquier cosa’, con el mismo récord de ventas que en aquella oportunidad. En la otra faz del disco figuró el instrumental ‘Color de rosa’. También dejaron impresos: el vals ‘Recuerdo de mi madre’, la milonga ‘Betinotti’ y el tango ‘Tus besos fueron míos’. 
Cuando Alfredo Attadía transitaba por uno de sus mejores momentos con su orquesta y era atracción en Radio El Mundo y Belgrano, en 1955 serían las últimas actuaciones en el país. Muchos argentinos debieron exilarse después del golpe de estado que derrocó a Perón, entre ellos el maestro director que hoy evocamos. Alfredo Attadía se radicó en Caracas, Venezuela, donde falleció --hace hoy 30 años-- de un infarto. Tenía 68 años de edad. 
Como compositor se destacó también Alfredo Adolfo Attadía. Su obra incluye varios tangos exitosos: ‘Tres esquinas’ en colaboración musical con Ángel D’Agostino y letra de Enrique Cadícamo; ‘El Yacaré’ con Mario Soto; ‘Hay que vivirla compadre’, nuevamente con D’Agostino y letra de Héctor Marcó; ‘El Cocherito’ con versos de Santiago Adamini; ’Y te dejé partir’ con José María Contursi, y los instrumentales: ‘Compadreando’, ‘Entre copa y copa’ y ‘Notas de bandoneón’, entre otros más. 
Estas son algunas de los principales temas que Attadía llevó al disco, en sus distintas etapas: Milonga para Gardel, Senda Florida, Gallo ciego, Araca corazón, Caído del cielo, El pensamiento, Para el que guste bailar, Cualquier cosa, Color de rosa, Déjame quererte, Pepe, El Cisne. Salvo excepciones, se observa muy buen gusto del maestro para elegir su repertorio. 
El ostracismo y el tiempo le pasaron factura a Alfredo Atattía y su gran momento, que superó la Década de Oro, inexorablemente fue borrándose de la memoria tanguera. Pero en el año 2004, Emi Odeón editó tres CD caratulados ‘Orquestas 0lvidadas’, que incluyeron 20 temas cada uno, grabados originalmente en los años 40 y 50, “compilación que merece estar siempre disponible al público como un homenaje a sus directores, que en su momento y con grandes esfuerzos pudieron plasmar su arte en el disco”, dice la compañía grabadora en la contracara. De Attadía fue seleccionado en el Vol. 1 el instrumental ‘El Negro Pintos’, del propio director, y dos temas cantados por Enzo Valentino en el Vol.2: ‘Tus besos fueron míos’ y la milonga ‘Bettinoti’. 

viernes, 3 de abril de 2015

Beba Bidart Por José Gobello

Nació en Buenos Aires en el barrio de Boedo y murió, en esa ciudad, el mismo día que nuestro querido cantor Roberto Goyeneche.
Fue casi de todo, pero principalmente y durante varios años, un símbolo de Buenos Aires. El teatro, el cine y la televisión le fueron igualmente propicios.
Se formó como actriz, a la edad de 6 años, en los elencos del Teatro Infantil Labardén. A los 8 años ingresó en la Compañía de Obras para Niños dirigida por Concepción del Valle, luego continuó estudiando danzas clásicas con la aspiración de convertirse en una gran bailarina. Posteriormente dicha maestra fue convocada para dirigir el cuerpo de baile del Teatro Casino y con ella debutó como corista en 1941.
En 1948 trabajó en el Teatro Maipo junto a los actores cómicos Adolfo Stray y Mario Fortuna.
En la escena acompañó a Tato Bores y a Olga Zubarry en la obra Madame Trece. Cantó con la orquesta de Francisco Canaro y a los 24 años fue pareja del galán Carlos Thompson en la película Los Pulpos, del director Carlos Hugo Christensen (1948).
De ahí en más comenzó una carrera vertiginosa cosechando grandes éxitos y acompañando a figuras de gran prestigio. Ya como primera bailarina y vedette, fue convocada por Carlos Petit para actuar junto a Marcos Caplan y Pepe Arias entre otros grandes de la escena nacional. Durante los años 50 bailó junto a Tito Lusiardo.
Otros de los filmes en que sobrevive su figura rubia y carismática son La Vendedora de Fantasías de Daniel Tinayre (1950), El Túnel de León Klimovsky (1952) y La Casa Grande de Leo Fleider, aunque ninguno resultó tan resonante como Rolando Rivas, Taxista, junto a Claudio García Satur que hacía el papel protagónico.
Fue importante su carrera televisiva en importantes programas: Tropicana Club, La Revista de Dringue, junto al recordado Dringue Farías; programa en el cual el productor Jorge Valliant le propuso cantar tangos, lo cual comenzó a realizar a partir de ese momento.
Fue llamada El Gorrión de Buenos Aires —en alusión a Edith Piaf— y bailó la milonga de Mariano Mores “Taquito militar” ante varios presidentes de la República.
Grabó alrededor de treinta temas entre los que destacamos “Me bautizaron milonga” acompañada por orquesta, “El firulete” con el Trío Yumba y “Ventarrón” con la Orquesta Color Tango.
Beba Bidart estuvo unida durante más de 12 años con el animador de espectáculos Jorge Fontana. Tras la separación, adoptó un niño a quien dio su apellido y llamó Paulo.
La presentación de su candidatura a la Academia Porteña del Lunfardo, firmada por Sebastián Piana y José Gobello, señala el propósito de dar a la institución el aire de una suerte de senado de Buenos Aires, donde estuvieran representadas todas las actividades culturales. Con unanimidad, el 2 de noviembre de 1991, fue aceptada la propuesta y se enriqueció la Academia con la presencia y la simpatía de quien era una de las personalidades más populares y queridas de la ciudad.
Ocupó el sillón Juan Francisco Palermo” dejado vacante por doña Nyda Cuniberti, y lo honró con su modestia y su inefable don de gentes hasta la tarde de su muerte, que la sorprendió cuando reposaba de las tareas desempeñadas ese mismo día en su local de baile: Taconeando.
«Era un pedazo de Buenos Aires y quizás se debió a eso su decisión de volver, hecha cenizas, a formar parte de las calles de la ciudad», dijo al recordarla, en el curso de una sesión académica, con motivo del primer aniversario de su muerte, el académico de número Eduardo Rubén Bernal. Y agregó: «No olvidaré nunca la última vez que la vi bailar. Fue en esta sala, en que acompañada por Alberto Mosquera Montaña, y Beba Pugliese al piano, nos regaló la poesía de un tango, porque era el baile su manera de escribir».