domingo, 18 de noviembre de 2012

CANTORES INTIMISTAS

Vargas
Beron

Comenzamos esta evocación con Ángel Vargas, prototipo del cantor intimista, de quien se cumplieron 50 años de su muerte, pero sigue plenamente vigente en su extensa discografía. Nació en Parque Patricios el 22 de octubre de 1904. Modelo del cantor de la orquesta, hablar de Vargas nos remite indefectiblemente a Ángel D’Agostino, con quien plasmó sus grandes éxitos. Lo particulariza su fraseo de un infinito buen gusto y los arrastres como si fuera una voz de baldío. Cultor de un romanticismo esquinero, su estilo sentimental, expresivo, profundo, sin gesticulaciones y aliado al micrófono, permitía a la gente bailar y deleitarse escuchándolo, a la vez. Tenía una dulzura que disimulaba su acento varonil, transmitía simpatía y era sobretodo, un cantor carismático.
La dupla D’Agostino-Vargas es, seguramente, uno de los engranajes más perfectos que nos dio el tango. Entre 1940/46 desarrollaron esa etapa fundamental, grabando 94 temas para el sello Víctor. Verdaderas joyas representativas de un inconfundible modo vocal, como: Adiós arrabal, A pan y agua, Viejo coche, Tres esquinas, No vendrás, Palais de Glace, El cuarteador, Shusheta, Ninguna, Muchacho, Mano blanca, El Yacaré, el vals Esquinas porteñas y la milonga El Morocho y el Oriental.
En su carrera como solista, alternativamente acompañado por Attadía, Del Piano, Lacava, D’Amario, Stazo, Libertella y el trío de Scarpino, grabó unos 90 temas. De esos 15 años de solista seleccionamos dos tangos: Carnaval de mi barrio, con la orquesta de D’Amario y No aflojés, con Scarpino. Aún sin declinar sus condiciones interpretativas, El Ruiseñor de las calles porteñas murió en una cirugía de rutina (quería estar óptimo para una gira) el 7 de julio de 1959. Los índices de su popularidad se mantienen intactos. Hace falta mencionar otro hecho poco común: Vargas no ha reclutado fanáticos, pero, en cambio, no se le conocen opositores.

RAÚL BERÓN. Atentos seguidores lo ubican entre los mejores cantores de orquesta y como una de las grandes medias voces. De clara estirpe gardeliana, registro de tenor y timbre aterciopelado, su apogeo coincidió con la época de mayor auge del tango: desde su ingreso a la orquesta de Miguel Caló (1939), hasta su retiro de la de Aníbal Troilo en 1955.
Diaz
Campos
Dante
Cardei
 El amplio y variado repertorio de Berón revela su aptitud para captar todos los temas y climas del género, que abordó siempre con buen gusto y mesura, alejado de los extremos. Fue un cantor cálido e íntimo, que giró en el circuito del tango más elaborado, junto a directores de alta calidad, como: Caló, Demare, Laurenz, Francini-Pontier. Quizá pueda reprochársele cierta oscuridad en la emisión, que por momentos dificultaba la comprensión de las palabras.
Nació en Zárate el 30 de marzo de 1920 y, con 19 años, ingresó a la célebre Orquesta de las Estrellas. Debutó en el disco en 1942 para Odeón con un enorme éxito: Al compás del corazón. Entre los 28 temas que registró después sobresalen: Lejos de Buenos Aires y Tristezas de la calle Corrientes, unas joyitas. Siguió su derrotero hasta recalar con Troilo, junto al cantor Jorge Casal. Se pueden recordar de ese ciclo de Raúl los tangos: De vuelta al bulín, Cualquier cosa y Discepolín. La deficiente matricería del sello TK no permitió recopilar esa buena etapa del cantor, que después de 1955 fue solista. Raúl Berón murió el 28 de junio de 1982.

CARLOS DANTE. Al término de su actuación con la orquesta de Manuel Pizarro, en un café parisino de Montmartre en los años 30, un distinguido caballero, en correcto castellano, le expresó: “Lo escuché con mucha atención. Es usted un excelente cantor de tangos. No cambie nunca su estilo. Al tango hay que decirlo, no gritarlo”: Aquel personaje era el famoso barítono italiano Tita Rufo. Y Dante adquirió prestigio y personalidad propia cantando así, siempre a media voz, durante su prolongada trayectoria.
Carlos Dante Testori nació en Boedo el 12 de marzo de 1906. Cantor creativo, personal, de afinada y expresiva dicción, tenía la particularidad de darle vida al sentido de cada letra, logrando consagrarse en el más alto nivel de popularidad durante su ciclo inolvidable con De Ángelis, con quien estuvo 14 años (1944/58). Su perseverancia en ensayos, vocalización y respiración, dieron esos frutos. Lo prueban 305 temas que dejó grabados, 139 con El Colorado de Banfield.
Tomó la decisión irreversible de retirarse en 1974, para disfrutar en familia. Toda una lección: “Soy consciente de mis limitaciones vocales. Los años no pasan en vano. Prefiero que me recuerden a través del disco”. Y vaya si se lo recuerda. En colecciones de Odeón uno puede disfrutar de incomparables interpretaciones, como: La brisa, Ya estamos iguales, Lunes, Mocosita, Carnaval, Melenita de oro, Cruz de palo, Justicia criolla, Al pie de la Santa Cruz, Compadrón, La Novena, Así es Ninón. Cuando grabó Mano a Mano, en los dos primeros días se vendieron 14.800 discos.
El 28 de abril de 1985, a los 79 años, en su casa sufrió un pico de presión y falleció repentinamente. Fue uno de los cantores más queridos, auténtico; por eso perdura en el tiempo.

ÁNGEL DÍAZ. No tuvo la trascendencia que merecía su exquisito fraseo, voz aterciopelada de barítono dulce. Quizás su nombre (que era real), conspiró contra su popularidad, pero lo cierto es que fue un excelente cantor, un deleite para los oídos. Llegó a la orquesta de Horacio Salgán en 1950, después de incursionar con Alfredo Gobbi junto a Jorge Maciel. Fue el primero en grabar en muy buena escala.. Recordemos que en ese aspecto, el pianista no había tenido suerte nada menos que con Edmundo Rivero, rechazado por los sellos por su voz gruesa.
El Paya Díaz, quien también escribió algunos tangos, irrumpió en escena a la par de la revolución que gestaba el maestro. Cuando Salgán incorporó en 1952 al colectivero Roberto Goyeneche, encontró en Ángel Díaz —además de su compañero en el rubro vocal-- a un amigo fiel, digno y devoto, que le tendió una mano y lo bautizó El Polaco. Además, tuvo sobre él un ascendiente estilístico, como un sustrato que los dos cantores se complacían en admitir. Esa amistad perduró siempre, a pesar de tomar rumbos distintos.
Entre 1952/57 registró Ángel Díaz, para RCAVíctor, versiones de alto vuelo, con el marco luminoso de la música de Salgán: Ensueño, Como abrazao a un rencor, Doble Castigo, Una carta, Malevaje, Vieja Recova, y dos logros superlativos: Motivo de vals y el bambuco colombiano Las Mirlas, en tiempo de vals. Ángel Paya Díaz, indiscutido entre las genuinas medias voces, nació el 25 de abril de 1929 y murió el 11 de diciembre de 1998. Un infarto lo abatió a los 69 años en el camarín del teatro San Martín.

ENRIQUE CAMPOS. Este uruguayo, nacido el 10 de marzo de 1913, fue uno de los cantores distintos que sabía ingeniarse para conseguir Ricardo Tanturi. En 1943, la salida de Alberto Castillo fue un sacudón que el pianista solucionó rápidamente. Hizo cruzar el Río de la Plata a Enrique Inocencio Troncone, quien venía triunfando en su tierra y en Brasil. Con nombre artístico Enrique Campos y 30 años de edad, asumió la responsabilidad de sustituir al consagrado antecesor. Resultó todo un suceso, con su naturalidad, presencia, personal voz y melodioso fraseo. Registró creaciones inolvidables, reproducidas en CDs, como: Muchachos, comienza la ronda (su debut en el disco); El sueño del pibe, Que nunca me falte, Recién, Una emoción, Y...siempre igual, La abandoné y no sabia, Calor de hogar, Giuseppe, el zapatero, Malvón, Igual que un bandoneón. Después incursionó con Francisco Rotundo y de esa etapa merecen destacarse: Llorando la carta y El viejo vals, un acierto a dúo con Floreal Ruiz. También escribió varios temas. Enrique Campos falleció el 30 de marzo de 1970.


Contemporáneo

Luis Cardei, con su voz pequeña y entonada, fue un cantor singular de los años 90. El documental El torcán, de Gabriel Arregui, indaga sobre la vida de un personaje casi único, nacido en Villa Urquiza el 3 de julio de 1944.. Sobrellevó una poliomielitis desde niño, más la hemofilia que provocó su prematura muerte, al contagiarse de hepatitis C en una transfusión rutinaria, el 18 de junio de 2000. El mal no necesitó demasiado para aniquilar un físico tan desgastado. Sus tangos están dichos en voz baja, pero sin exagerar el clima intimista; un cantor en pantuflas. Por ser más contemporáneo, Cardei tuvo algo de ilustres predecesores, particularmente del Angelito Vargas barrial.
Seleccionó temas románticos y evocativos, historias de veredas, de las décadas del 30 y 40. Sencillito pero profundo. Sin promoción alguna, se ganó un lugar que su propio modo de cantar atraía. Acompañado por el fueye de su amigo Antonio Pisano se las arreglaba, incluso para grabar. El reconocimiento le tardó en llegar. No le quedó tiempo para más, pero interpretaciones como: Ventarrón, Los cosos de al lao, Charlemos, La novia ausente, Anclao en París, Viejo baldío, Ivette; los valses Temblando y Pedacito de cielo, hablan de un elaborado repertorio para sus posibilidades vocales. Uno de los casos infrecuentes en que, tras la desaparición física, su forma de cantar se incrementó en el gusto de la gente. La discografía no dejó espacio para el olvido. Sus últimos recitales los hizo en mayo de 2000, un mes antes de partir, en el Café Literario Opera Prima de la porteña calle Paraná.

“No soy —había dicho Luisito Cardei, quizá aludiendo a la etapa final del Polaco Goyeneche— de los cantores que necesitan golpear el suelo con el pie, ni agacharse como si estuvieran por cabecear un córner”. Lo de él fue siempre lisito, respetuoso, sentido, cálido y sencillo. Un cantor de patio más que de escenario, que supo darle a sus recitales el clima frágil de una recoleta ceremonia para pocos: fugaz, sensible, cómoda y galante.

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